Expediente 2019

362

Niños huérfanos

Luis Velázquez

03 de septiembre de 2019

Era bailarina. Delgada y alta, cara bonita, cara delgada, cara afiladita, sonrisa más bonita, bailaba en el bar “El caballo blanco” de Coatzacoalcos la noche de la masacre el 27 de agosto.

Era madre de dos niños. Uno de dos años y el otro de 4 años. Madre soltera, madre divorciada, madre separada, llevaba una vida intensa:

En las mañanas, estudiaba en la facultad de Leyes. Al mediodía, daba de comer a sus hijos. En la tarde, se alistaba y se iba a la chamba. De 8, 9 de la noche, hasta la madrugada, sabrá el chamán las horas. 3, 4, 5 de la mañana.

Su señora madre cuidaba a sus hijos. Ella le pagaba. Con los mil doscientos pesos que ganaba cada día le era suficiente.

Era mujer íntegra. Bailaba, cierto, en un bar. Pero su trabajo era profesional y cada quien a lo suyo.

De 24 años de edad, murió asfixiada. Igual, igualito que once compañeras más. Todas, menores de treinta años. Igual, claro, que los diecisiete hombres fallecidos.

Todo, porque un par de carteles (según el Fiscal, los Zetas y Jalisco Nueva Generación) disputan la jugosa plaza sureña.

La lucha feroz y encarnizada, bárbara y cruel, con saña y sin clemencia, para cobrar el llamado derecho de piso. Simple y llanamente, extorsión.

Cinco mil comercios cerrados al momento en el sur de Veracruz.

Y la muerte le alcanzó la noche del 27 de agosto. Los malandros llegaron, rociaron el local de gasolina, gasolina en el bar, gasolina en la pista de baile, le prendieron fuego y cerraron. Y todos murieron asfixiados. Y quemados. La muerte lenta, como por ejemplo, cuando en Veracruz han asesinado a mujeres con más de cuarenta puñaladas.

Ahora, sus dos hijos quedaron huérfanos. Y lo peor entre lo peor, a la deriva social y económica. La madre vivía del dinerito que ella le daba por cuidar a sus hijos. Ahora, los vientos huracanados en contra.

MURIÓ BAILANDO STREAP-TEASE

A la hora cuando los malandros entraron al bar “El caballo blanco”, una bailarina se movía en el escenario. Estaba, parece, a la mitad, o terminando, un streap-tease.

Y según las versiones, quedó sin vida en la pista.

Las imágenes transmitidas en la televisión nacional son avasallantes. Quitan la respiración. Las madres llorando a sus hijas. Los padres buscando a sus hijos. Todos, afuera del Forense en Cosoleacaque esperando la desesperante entrega de los cadáveres.

Una señora, tabasqueña de origen, residente en Villahermosa, dijo:

“Hablé con mi hijo una hora antes. Estaba bien. De Tabasco se vino a trabajar de DJ en Coatzacoalcos. Y una hora después, cuando miré la noticia en la televisión, ya nunca me contestó. Hoy vine por su cadáver”.

“Son los daños colaterales de la violencia” diría el teniente “Borolas” que así llama el presidente Andrés Manuel López Obrador, a su antecesor, Felipe Calderón Hinojosa.

Pero de “daños colaterales” en “daños colaterales” van ya al momento mil 300 asesinados en los últimos 9 meses solo en Veracruz, entre ellos, 174 mujeres, 47 menores de edad, 18 policías, quince políticos y líderes sociales, 7 activistas, doce miembros de la comunidad sexual, 200 taxistas y un reportero, entre otros.

La masacre de Coatzacoalcos ha sido la peor. Antes, hubo otra. En Minatitlán, catorce muertos.

La vida en Veracruz, el paraíso terrenal de Alejandro de Humboldt, reducida a un simple infierno.

Número incalculable de niños huérfanos. Número insólito de mujeres y hombres viudos. Número apabullante de padres ancianos a la deriva social, pues quedaron sin el sustento diario aportado por los hijos.

Y mientras, la felicidad total. El secretario de Seguridad Pública sembrando florecitas en los jardines de “El Santuario de las Garzas”, en Xalapa, acompañado, claro, de sus policías.

Además, culpando como una obsesiva obsesión a ya saben quién. El Fiscal, claro, a quien Javier Duarte llamó con desdén “El oaxaqueño chaparrito”, todo por encarcelar a un montón de políticos duartistas y a 68 policías de Arturo Bermúdez Zurita, su titular de la SPP.

VIDAS FRUSTRADAS

Van 29 víctimas de la masacre. Y cada víctima constituye una vida frustrada. Y atrás de cada vida, historias de vida. Los familiares. Los suyos. Los amigos. Los compadres. Los vecinos. Los conocidos.

Pero más, mucho más, los niños. Niños menores de diez años en todos los casos.

Las bailarinas asfixiadas en “El caballo blanco” eran a su vez madres y padres. Ellas significaban la fuente de ingresos familiares. Y ahora, los hijos y sus padres, sobre todo, sus señoras madres, en la incertidumbre y la zozobra.

Lo peor, Nada, absolutamente nada indica que el oleaje de violencia pueda, digamos, achicarse. Disminuir. Desaparecer.

Y más, por lo siguiente:

Ante la ineficacia del llamado Estado de Derecho, cuya premisa fundamental es garantizar la seguridad en la vida, los malandros “crecen al castigo”.

Y hacen y deshacen.

Insólito, por ejemplo, inadmisible, intolerable, llegaran al bar de la muerte en Coatzacoalcos, tiraran gasolina por todos lados, le prendieran fuego con todos los empleados y clientes adentro, y lo cerraran, conscientes y seguros de una muerte por asfixia.

Calculando, claro, el mayor número de muertos.

Todo, se afirma, porque el dueño se negó a pagar o a seguir pagando el cobro del llamado derecho de piso, como si ellos fueran, digamos, la autoridad fiscal.

El hecho de que los malandros llegaran a tales límites resulta inverosímil. Sucede cuando la autoridad ha sido rebasada y ningún respeto alienta por más y más Guardia Nacional y Fuerza Civil.

Las víctimas son la población civil. Bailarinas y meseros y DJ, en el caso. También, claro, parroquianos. Entre ellos, un par de filipinos de paso en el pueblo cuando su barco descargaba.

“Veracruz se antoja” dijo aquella. “Se antoja” para los carteles, dueños del día y de la noche truculenta de Veracruz.

Pueden los secretarios del gabinete federal defender con fiereza al gobernador. La realidad social en Veracruz es otra. El desencanto de Cuitláhuac. El desencanto de MORENA.