domingo, mayo 19, 2024

Los hombres que trabajan en el infierno

  • En los días que pasan, la temperatura llega a 40, 50 grados a la sombra. Y muchos trabajadores se agarran a madrazos todos los días con el sol, porque es la única oportunidad laboral que la política económica les ha ofrecido

Luis Velázquez

Un día, en España, donde el escritor y periodista chileno, Roberto Bolaño, vivía una temporada escribiendo sus novelas, se levantó temprano y miró hacia la calle y dijo:

“Hace sol. Es un día estupendo para luchar”.

Y de inmediato empezó a teclear sus mil palabras diarias que escribía, las mismas que Ernesto Hemingway tenía como cuota en cada nuevo amanecer de 6 de la mañana a las 12 horas.

También cuando mi padre de oficio campesino miraba el sol abriéndose espacio entre las nubes de la mañana exclamaba la misma frase:

“Hoy es un día estupendo para cosechar el maíz y el frijol en el campo”.

Pero, bueno, nunca, jamás, será lo mismo escribir en la casa, a la sombra, bajo, digamos, el cuarto de estudio, con aire acondicionado por más solecito en la calle que otros tantos, decenas, cientos de oficios donde la persona se friega el lomo frente al sol canicular, digamos, de la Cuenca del Papaloapan, incluso, en cualquier ciudad, ranchería, poblado.

Basta salir a la calle hacia el mediodía y mirar el escenario urbano.

Por ejemplo, en la esquina la voceadora del periódico que inició a las siete de la mañana antes de que sol saliera y hacia las 12 horas, la una de la tarde, apenas cubierta con una gorrita, quizá un sombrero de ala corta, acaso una toallita húmeda en la cabeza, quizá sin nada, sigue con la mano levantada al aire con un ejemplar ofreciendo el periódico para que desde lejos el conductor lo mire y desee comprarlo.

Y más porque la voceadora sabe que el periódico que vende no permite devolución, entonces si se le quedan algunos ejemplares repercute en sus utilidades.

Ahí mismo, en el crucero, un senil cojo y rengo, que cada vez que da un pasito sube y baja (Dustin Hoffman en “El vaquero de medianoche”), con una camisita descolorida y un pantalón arrugado, con unos tenis viejitos, que cada vez que está el alto se acerca de prisa al automovilista extendiendo la mano para una ayudita por el amor de Dios, en tanto ofrece de regalo un dulcecito y al que, y por desgracia, nadie pela.

Pero como el anciano apuesta cada día con sol a la esperanza, entonces, ahí sigue, firme, sin arrugarse, soñando con lograr unos centavitos para alimentarse y quizá, de paso, también para llevar el itacate a casa, porque ni modo todavía tiene una señora que alimentar.

En el siguiente crucero está a las 12 del día, solazazo derritiéndose sobre la ciudad, el hombre nuclear, mejor dicho, el enmascarado de plata pero enmascarado en todo el cuerpo.

De baja estatura, panzón como si se hubiera tragado un balón de basquetbol bien inflado, el hombre nuclear tiene pintado todo el cuerpo en la fachada y en la contrafachada de color plata, de tal forma que ni siquiera, vaya, utiliza pantalón ni camisa, y solo un shorcito para tapar las partes íntimas.

Color plata en el cuerpo, en la barriga y en la espalda. Color plata en la cara, las orejas y la cabeza, todavía tiene la osadía de tragar lumbre y luego de extensas, gigantescas, llamaradas que provoca de un soplido pasa rápido, rapidito, bajo el solazazo, extendiendo la mano ante los conductores indiferentes sumidos en su asiento con aire acondicionado.

POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS

Dijo un albañil trabajando en la construcción de un edificio en la esquina:

“Gano entre dos a tres mil pesos a la semana. Y me va bien. Pero chambeando de panza al sol es un infierno que a nadie deseo, ni a peor enemigo”.

Y el albañil se echa la cubeta con cemento a la espalda y sube las escaleras para llevarla a los otros albañiles que levantan las paredes del segundo piso.

El turista en la playa está tirado de panza al sol, con la brisa marina pegando en su cuerpo, y una cervecita a un lado, mientras a lo lejos escucha el grito del volovanero y a un lado mira y admira el cuerpo de una chica de 20 años jugando volibol con otra amiga, ambas en traje de baño cortito.

Pero aquel albañil pasa las ocho horas de la jornada subiendo y bajando de la escalera con la cubeta al hombro, haciendo malabares, mientras el sudor escurre por su cuerpo flaco.

Y a la hora de la comida sólo se atraganta con picadas y gorditas y una Coca comprada en la tienda de la esquina, porque solo para tal alcanza como dieta alimenticia.

Y come con los compitas bajo el árbol que da poquita sombra, quizá, acaso, con el mismo gusto con que Lázaro Cárdenas andaba de gira presidencial y en las rancherías solía pedir una tortilla con sal para comer como un banquetazazo debajo de un árbol, bajo el sol escurriendo en medio de las ramas.

En los días que pasan la temperatura llega a 40, 45, 50 grados a la sombra. Y no obstante, muchos trabajadores se agarran a madrazos cada día con el sol porque es la única oportunidad laboral que la vida y la política económica oficial les ha dado.

De ellos, los pobres, dice la biblia, será el reino de los cielos, ajá, para aquellos que creen en el otro lado del charco de la vida, pues polvo eres y en polvo te convertirás…

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