Escenarios

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  • Un sexenio de protestas
  • Pero ni los ven ni los oyen
  • Ni menos, hacen caso

Luis Velázquez

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Muchos días a la semana en la ciudad de Xalapa, sede de los tres poderes públicos, hay manifestaciones.

En las calles y avenidas céntricas, y el zócalo y la escalinata de la Catedral, frente al palacio de gobierno, los inconformes se plantan reclamando pendientes sociales.

Y el ciudadano se pregunta si tales expresiones de indignación popular tendrán un resultado inmediato o mediato, pues desde aquí, se siente que la elite sexenal en el poder político está sorda.

Ni los mira ni los oye como fue la frase bíblica del presidente Carlos Salinas.

Quizá en unos casos exista una respuesta. Pero mucho se teme que en la mayoría solo se queda con la esperanza. Acaso, se desfoga. Y hasta ahí.

Por ejemplo, ene número de veces los reporteros de Xalapa han protesta por el asesinato de un colega más.

Ahora, unos colegas se plantaron en la escalinata, con veladoras encendidas, por el asesinato del fotógrafo Rubén Espinoza.

Otros, en cambio, se fueron a la ciudad de México y en el Ángel de la Independencia se expresaron con la impresionante solidaridad de los colegas defeños.

Y, sin embargo, luego de 18 trabajadores de la información que han sido asesinados, la lista negra del gabinete policiaco, de seguridad y de justicia del gobierno de Veracruz sigue extendiéndose, imparable.

¿De qué sirve, entonces, manifestarse?

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En teoría se dirá que peor resulta el silencio, y/o lo que es sinónimo, la resignación.

Y, por tanto, lo mejor es protestar, encabritarse, indignarse, rebelarse, insumirse, lanzarse a la calle en una especie de indignación crónica.

La vida, diría Ernesto Ché Guevara, es seguir luchando siempre, digamos, hasta la victoria, y/o hasta la muerte.

Y es que, bueno, los familiares de las personas secuestradas, desaparecidas, asesinadas y sepultadas en fosas clandestinas han protestado ene número de veces y rara, extraordinaria ocasión, la autoridad les ha devuelto a sus parientes.

También los indígenas y campesinos de Soledad Atzompa han bajado en dos ocasiones de la montaña camino a Xalapa para reclamar servicios públicos y detenidos en Fortín por más de cien policías, donde, y por fortuna, lograron que desde el gobernador para abajo salieran a su encuentro para, digamos, negociar.

Y negociar con hechos y resultados el beneficio social para el pueblo.

Pero con todo, y más allá de la protesta social, los secuestros continúan y también el asesinato de trabajadores de la información y ninguna autoridad policiaca detiene y frena esta masacre.

Por más y más plantones.

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Quizá ahí está la clave: seguir protestando hasta que la cúpula política escuche y actúe, y/o en todo caso, se enerve y reprima.

Tal cual es la historia de los pueblos con sus gobernantes.

Ahí está el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, por ejemplo, campeón en el número de activistas sociales presos, cuya lista llegaba a 45 la semana anterior.

El gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge, encarcelando, por sus pistolas, durante ocho meses a un reportero y activista social, Pedro Caché.

El secretario de Seguridad Pública de Veracruz, Arturo Bermúdez Zurita, amenazando con la cárcel al fotoperiodista, Félix Márquez, que porque elaboró un fotomontaje de las guardias comunitarias en los Llanos de Sotavento.

Desde el poder, la elite gobernante utilizando toda la fuerza del poder político, el poder policiaco, el poder económico, el poder legislativo, el poder jurídico y el poder mediático en contra de las personas indeseables e incómodas.

La aplanadora gubernamental en contra de quienes ejercen su libertad a plenitud para demandar el bienestar social y la administración pronta y expedita de la justicia.

Y, bueno, si se ponen rejegos, entonces, ni hablar, el tolete y la macana, y/o lo peor, la tortura, la madriza despiadada y cruel, y hasta el tiro de gracia.

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La protesta social enfurece a los políticos.

Por eso, la ley Ampudia consiste en imponer cinco años de multa a quienes bloqueen las vías de comunicación.

Y la ley Bermúdez de un diputado local pretendió criminalizar la inconformidad social, advirtiendo, primero, que para expresarse se necesitaba por escrito el permiso del secretario de Seguridad Pública para ver si el señor lo autorizaba, y segundo, cárcel para quienes lo desobedecieran.

Incluso, con tanta obsesión que, por ejemplo, hasta lo establecieron en el nuevo reglamento de tránsito que determina solicitar permiso con seis horas máximo, de anticipación, en la inteligencia de que si los inconformes se lanzan a la calle así nomás, los reprimirán.

Las huestes policiacas, con los perros en contra, además, del tolete y la macana, y los gases lacrimógenos.

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Queda así la realidad real:

En un lado, la elite gobernante. En el otro, los contestatarios.

En un lado, los políticos que ejercen el poder. En el otro, los ciudadanos molestos e irritados, hartos del estado de cosas que vivimos y padecemos.

Yo soy el Estado diría Luis XIV, si tú, pinche ciudadano, te rebelas.

Y, por tanto, te atienes a las consecuencias.

El duartismo ha quedado, entonces, aislado del resto de la población gobernando en su mundo color de rosa.

Revísese un solo dato:

Durante los últimos cuatro años con ocho meses, en vez de construir el beneficio social, el gobierno de Veracruz se la ha pasado aclarando paradas en contra de la población sublevada.

Siempre, siempre, siempre, contestando a los demás. Tratando de justificarse. Diciendo que ellos tienen razón.

La soberbia pura, sin escuchar con humildad, y/o en todo caso, sin pluralidad política en un Veracruz plural, el grito colectivo del mitin callejero.