Diario de un reportero

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  • Una mañana de Flores Magón
  • Una mañana de Pagés Llergo
  • Una mañana de Julio Scherer

Luis Velázquez

DOMINGO

Una mañana de Flores Magón

Una mañana de Ricardo Flores Magón en el México del dictador Porfirio Díaz Mori era así:

Antes de las 9 de la mañana se concentraba en su oficinita, en su casa, para escribir cartas a los amigos y conocidos y a los amigos de los amigos solicitando una suscripción para su periódico, Regeneración, que de tal vivía, pues nunca, jamás, aceptó el embute de Porfirio Díaz.

Las cartas las enviaba de norte a sur y de este a oeste del país con las direcciones que los militantes de su instituto político, el Partido Liberal, le enviaban, aun cuando esperaba más de la población de la frontera norte, donde su rotativo circulaba de preferencia.

Entonces, como se sabe, la red de comunicaciones del país era deficitaria y por tanto, se complicaba enviar Regeneración a los estados federativos más lejanos.

Su amigo y mecenas, Filomeno Mata, era dueño del periódico Diario del hogar en la ciudad de México y tenía rotativa propia, donde le imprimía Regeneración, a crédito, para pagar cuando pudiera.

Incluso, el dictador envió 41 veces a Flores Magón a la cárcel (36 a Filomeno Mata), y ni modo, la deuda se fue acumulando y nunca, jamás, le pagó.

Tal cual de generoso era Filomeno Mata con su amigo soñador.

LUNES

Un día muy productivo

Hacia el mediodía, Flores Magón dejaba de escribir las cartas a los posibles suscriptores, y entonces, reporteaba.

Iba, por ejemplo, al café, donde se había citado con algún amigo militante del Partido Liberal, y le pasaba información del estado de cosas en alguna región del país.

También iba a los juzgados, estudiante que había sido en la facultad de Leyes, y tomaba información del mundo judicial, que tanto espacio ocupaba en el periódico, sobre todo alrededor de la mala administración de la justicia porfirista.

Después de la jornada extenuante, regresaba al periódico, que era su casa, y se ponía a teclear.

En la tarde/noche se dedicaba de lleno a su partido político. Privilegiaba el debate y la discusión con acuerdos concretos y específicos, y que era, entonces, uno de los signos de la época.

Flores Magón fue periodista, y al mismo tiempo, activista, y el más férreo crítico de Porfirio Díaz.

Hay quienes, incluso, aseguran que la Revolución cuajó gracias a la conciencia social creada y alimentada por Regeneración, que el campesino letrado leía a los analfabetas debajo de los árboles.

MARTES

Una mañana de Pagés Llergo

Una mañana de José Pagés Llergo, el legendario director fundador del semanario Siempre!, el único reportero mexicano que entrevistara a Adolf Hitler en su tiempo de gloria, era así:

La mañana completa la pasaba redactando las Cartas a la Redacción de la revista.

Unas veces, las resumía para lograr el lenguaje periodístico llano y conciso, directo, al grano.

Otras, y como sucede en la mayor parte de redacciones de periódicos, las inventaba, siempre, claro, a tono con la agenda pública y la demanda ciudadana del momento.

Nadie, entonces, podía perturbarlo. Pagés Llergo entraba en levitación, porque se trataba de medir el pulso político, social y económico a la república, pues las Cartas a la Redacción significaban el termómetro de la vida nacional, casi casi en el lindero de una crónica, un reportaje, un artículo, la editorial.

Incluso, y cuando alguien lo sorprendía, porque desobedeciera a la secretaria y entrara a la oficina del maestro, Pagés Llergo decía al intruso, serio, absolutamente serio:

–Estoy resumiendo las Cartas a la Redacción.

Y entonces, los intrusos sabían que se trataba de un acto demiúrgico que necesitaba de la soledad total.

MIÉRCOLES

La mañana de Julio Scherer

Una mañana de don Julio Scherer García, director fundador de Proceso, era, más o menos así:

El día comenzaba con una cita para desayunar con un amigo, un reportero, un político.

Pero en ningún momento el cafecito era un acto social, cortés, tradicional, sino para reportear.

Siempre, día y noche, don Julio atrás del hecho noticioso. Siguiendo pistas como se intitulaba una columna policiaca del Excélsior de la época.

Hurgando en todo momento en los vericuetos del poder, la zona oscura de los grandes secretos.

Nunca, jamás, anotaba en su libreta un dato, un número, un hecho. Apostando de manera invariable a la prodigiosa memoria que tenía, como aquella vez cuando Salvador Allende, el primer presidente socialista de América Latina por la vía democrática, le dijera que si él, el presidente, trabajaría en la entrevista, también don Julio, el reportero, y por tanto, apagara la grabadora.

Incluso, así, sin grabadora ni libretita de taquigrafía de por medio, la fuente informativa toma confianza y habla y habla.

Luego, con el arsenal periodístico se iba a Proceso para dictar las primeras órdenes de información del día y seguir, en efecto, la pista a los hechos.

Así, Proceso se llenaba de exclusivas.

Don Julio era el director que más temas aportaba en cada edición de Proceso.

JUEVES

La mañana de Alfonso Valencia

Una mañana de don Alfonso Valencia Ríos, jefe de Información de El Dictamen, comenzaba de la siguiente manera:

Todos los días, con una disciplina militar fuera de serie, llegaba al periódico a paso apresurado, siempre, como si tuviera mucha, demasiada prisa, paso de reportero le llaman.

A las 7 horas, la mente fresca, don Alfonso solía escribir el par de editoriales del día siguiente con una rapidez insólita.

Pero más aún, sin levantar la mirada del teclado para, digamos, buscar un dato en su libreta, releer la nota informativa que le ocupaba, pues era una biblioteca ambulante.

Su capacidad reporteril se medía así:

De una nota escribía un reportaje. De un reportaje, una editorial. De una editorial, un libro, varios que publicara.

A las 9 de la mañana entraba al café de La Parroquia, entonces en la avenida Independencia, acompañado de su esposa, doña Carmen, siempre juntos, para desayunar.

Y a las 10 en punto de la mañana ya andaba en la calle reporteando en vivo y en directo, él mismo, sus fuentes de información que se había asignado.

Todos los días durante 30, 40, 50 años, quizá.

VIERNES

La mañana de Manuel Buendía

Una mañana de don Manuel Buendía, el columnista político más importante del siglo XX, asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid, era así:

Las 5 de la mañana era para él la mejor hora para escribir. Y a esa hora, en su casa, se escuchaba el susurro de las teclas de la máquina mecánica redactando su columna Red privada que se publicaba en una treintena de periódicos del país, y también, en un diario de la ciudad de México.

Buendía cuidaba cada palabra, cada frase, cada oración de su columna con la misma delicadeza que un escritor con sus cuentos, novelas y/o poemas.

Y como tenía un espíritu fino y delicado, mezclado con una inteligencia y talento fuera de serie, el sentido del humor florecía a raudales de norte a sur y de este a oeste de la columna, de tal forma que se pitorreaba de todo y a todos los hechos y a todos los políticos les descubría la parte humorística que, por cierto, tanto encabrita a los funcionarios públicos.

Una hora, dos horas después, según el tema, don Manuel terminaba la columna, y la dejaba reposar hasta el mediodía, buscando, siempre, nuevos datos sobre el mismo asunto, y segundo, nuevos giros del lenguaje para alcanzar la pulcritud periodística y literaria.