- Toca fondo Javier Duarte
- Da la espalda a la realidad
- Vive su mundo color de rosa
Luis Velázquez
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En Veracruz con Javier Duarte hemos tocado fondo. Se vive y padece “la noche más larga y extensa de los cuchillos largos”. Se ignora si estaremos peor conforme el fin sexenal se aproxime. Y aun cuando el góber diga que son tiempos electorales está mal de la cabeza. Vive su mundo color de rosa y ex profeso da la espalda a la realidad como si así, tránsfuga al fin, la pesadilla dejara de existir.
Si en la calle hay soldados y marinos significa que la violencia ha aumentado.
Si en Xalapa se multiplica el grito callejero manifiesta el coraje y el repudio popular a la figura del gobernador.
Si cada vez mayor número de ONG y colectivos y hasta organismos internacionales (el Alto Comisionado de la ONU y los peritos argentinos) se ocupan de la tragedia en Veracruz expresa la incapacidad de la elite priista en el poder para garantizar el Estado de Derecho.
Si los estudiantes y profes de la UV se lanzan a una marcha pacífica en legítima defensa de la casa de estudios y todos en coro le gritan, digamos, improperios, adjetivos calificativos sexuales, revela que al jefe del Poder Ejecutivo Estatal le han perdido el respeto.
En Veracruz, el pueblo que sabe reír y cantar, hay una noche turbulenta, como en una película de horror y de terror.
Los años dorados cuando Pepe Guízar componía canciones en su chalet en Mocambo, de cara al Golfo de México, forman parte de la historia.
Como también los días aquellos cuando Chabela Vargas afinaba su canto para un concierto en su casita en Antón Lizardo, frente a la playa, rodeada de palmeras y pescadores que vivían pendiente de ella.
Y cuando de igual manera Agustín Lara esperaba a sus amigos en su Casita Blanca en Boca del Río, vestido de jarocho impecable, con un mesero que le pasaba una botella de cogñac para cada uno de los invitados que llegaba.
Por eso Ana de la Reguera se ha refugiado en La Antigua y hasta aliado con Salma Hayek para una nueva aventura social en el pueblo donde Hernán Cortés amarrara sus barcos.
Javier Duarte ha convertido los días y las noches de Veracruz en un infierno.
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La semana pasada 4 mujeres fueron asesinadas. Violadas. Golpeadas. Ejecutadas. Incluso, a machetazo limpio, como si tratara de una película de Alfred Hitchcock, y que ni siquiera la llamada Fuerza Civil, el ejército y la marina han podido abatir, luego de que colectivos y ONG claman la Alerta de Género.
El fin de semana, la maestra de danza de la Universidad Veracruzana, Martha Lidia Morales Bernal, apareció sin vida luego de varios días desaparecida.
El miedo a los carteles y el miedo al miedo, por ejemplo, ha originado que de los Llanos de Sotavento a la Cuenca del Papaloapan estén en venta unos 40 ranchos, y lo peor, desde hace meses sin encontrar un buen postor.
En el centro histórico de la ciudad jarocha cada vez aparecen más anuncios de casas y edificios en venta y ni se diga el número de comercios cerrados, quebrados al cien por ciento, con el despido de personal.
En el norte de Veracruz, ha dicho el contador y contralor, Ricardo García Guzmán, un 15 por ciento de las familias ha emigrado de los pueblos, unos, a otras ciudades del país y otros a Estados Unidos, los pudientes, claro.
La industria del blindaje de automóviles y camionetas se ha disparado, a tal grado que unas dos, tres empresas nacionales han establecido aquí sus filiales.
Y ni se digan las empresas de seguridad privada, pues cada vez hay familias contratando desde escoltas a veladores.
En varias ciudades de Veracruz, de norte a sur y de este a oeste, los vecinos integren sus guardias comunitarias para cuidarse entre ellos mismos.
Lo dijo una de las madres de los cinco jóvenes de Playa Vicente levantados en Tierra Blanca por los elementos policiacos de Arturo Bermúdez y entregados a los malandros:
“Dicen que Tierra Blanca es la novia del sol. ¡Pendejadas! Aquí es el infierno”.
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Son canijas las protestas en el Veracruz de Javier Duarte.
La marcha magisterial por la UV el jueves 25 de febrero.
La gigantesca manifestación estudiantil por la UV el viernes 26 de febrero gritando “¡Duarte, ratero, regresa el dinero!”.
La marcha de los reporteros frente a la Casa Veracruz, en que prendieran un montón de velas por el descanso del fotógrafo Rubén Espinoza y la activista Nadia Vera, los dos que se exiliaran de Xalapa porque tenían miedo de que Duarte los ordenara matar.
Las marchas en Coatzacoalcos por el reportero Gregorio Jiménez y por la niña Karime Alejandra de 5 años, y su tío, los tres secuestrados, asesinados y sepultados en fosas clandestinas.
La caminata silenciosa de los feligreses de Córdoba con el obispo Eduardo Patiño Leal al frente en las calles y avenidas.
Los abucheos en los estadios de Veracruz y Córdoba y en el Teatro del Estado en Xalapa.
La marcha de los profesores de la CNTE, quienes en una madrugada fueron reprimidos por las fuerzas policiacas del secretario de Seguridad Pública.
El clamor en el Senado de la Republica y en la Cámara de Diputados exigiendo juicio político a Javier Duarte.
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Desde el principio del sexenio, el duartismo ha estado ligado a la violencia, al fuego cruzado, a los muertos, a los decapitados, a los cadáveres tirados en la avenida.
Y aun cuando, cierto, hay muchas cositas buenas de que hablar en Veracruz, desde las picadas y las gordas y el café lechero hasta el tilingo lingo y la bamba y las caritas sonrientes que tanto deslumbraran a Octavio Paz y hasta un ensayo filosófico les escribió, resulta lamentable que el duartismo haya aniquilado el gusto por la vida y cada día se viva en la indignación crónica.
Si en Sinaloa el gobernador Mario López Valdés prohibió los narcocorridos glorificando a Joaquín “El chapo” Guzmán, en Veracruz Javier Duarte descarriló el legítimo derecho a soñar con el paraíso.