Duarte, ¿Cuándo te vas?
Por Edgar Hernández*
¡Pepe listo para entrar al quite!
Ese es el clamor popular.
Y es que en Veracruz, en los últimos 86 años no se había registrado tal repudio a gobernante alguno.
Es el mismo que se vive ahora en la persona de Javier Duarte a quien si bien le restan nueve meses para que constitucionalmente deje la gubernatura, ya mismo la ciudadanía y la opinión pública estatal y nacional le exigen abandone el cargo, le finquen responsabilidades penales… y que devuelva el dinero presuntamente saqueado.
Es brutal el desprestigio.
Avergüenza a los veracruzanos todo lo que se afirma y señala en su contra.
Es repudiado por quien debería ser nuestro orgullo. Ese mandatario, nuestro gobernador, a quien en otros regímenes como el de don Fernando Gutiérrez Barrios, Hernández Ochoa o el mismo Dante eran objeto de reconocimiento, de respeto, de ganas de saludarlo cuando llegaba a La Parroquia, hoy es objeto de rechiflas y mentadas de madre.
Y es que lo menos que se dice de Javier Duarte –amén de recordatorios jarochos- es que está “loco”, que es un genocida y que es un ratero.
Y lo más, la enorme preocupación que tiene la federación ante la irremisible pérdida de la plaza a manos de Miguel Angel Yunes Linares o de Morena con Cuitláhuac García a la cabeza.
La sucesión presidencial está en riesgo por culpa del rubicundo y alterado gobernante que abandonó el poder de facto para ejercerlo a través del twiter.
Acaso por ello en las últimas horas se ha planteado para el relevo de este fallido mandatario estatal a un hombre probo, que ponga orden y calme los ánimos ciudadanos en franco y abierto desafío a las instituciones, pero sobre todo que lleve a buen puerto la inminente elección que amenaza voltear el escenario sea a la derecha o a la izquierda radical.
Es en éste donde emerge la figura de José Francisco Yunes Zorrilla, un político con amplio reconocimiento ciudadano cuya honestidad y mesura habrán de permitir una transición para los siguientes nueve meses que dé lugar al nacimiento de un nuevo proyecto de gobierno en donde el sustento de la paz social parta de la gobernabilidad hoy perdida.
Que si Pepe quiere o no es un tema que no está sujeto a debate.
Veracruz vive un estado de emergencia nacional producto de las torpezas sucesivas de Javier Duarte, el imparable saqueo de las arcas públicas y la inseguridad pública que han hecho inhabitable el solar veracruzano.
A ello se suma la parálisis de la estructura de poder.
Nadie trabaja. No se observa acción alguna de los equiperos del gabinete. No hay ninguna obra o programa en cartera para echar a andar y todo es reclamo ciudadano –hasta la colecta de la Cruz Roja se embolsaron-.
Todo es gritería y manifestaciones. Todas justas. Todas encaminadas a lo mismo, el pago de deudas.
Para este fin de semana se esperan incluso renuncias en cascada de funcionarios de primer nivel que abandonan el barco, so pretexto de diputaciones en disputa y presuntas invitaciones de Héctor Yunes, todo para evitar que les salpique aún más el excremento que brota por las atarjeas del Duartismo.
Lo que está sucediendo en Veracruz recuerda a las viejas dictaduras bananeras en donde en las puertas de su derribamiento provocaron, en desquite, una agresión total de la ciudadanía.
Así fue cuando el presidente Anastasio Somoza Debayle, en Nicaragua –una bestia asesina- que se negaba a abandonar un poder heredado, un poder de 60 años atrás que detentaron su abuelo y su padre y que arrojaron 60 mil muertos a las calles y campos yermos.
Días antes de su caída mandó a envenenar los seis ríos que cruzaban el país y bombardear poblaciones abiertas.
La orden, sin embargo, procedente de Washington ordenó su caída. Salió con su familia al exilio dorado de Miami para de inmediato ser expulsado “non grato” y refugiarse en Paraguay hasta donde llegó un grupo de sandinistas a buscarlo.
Solo le dieron un tiro… de bazuca.
La algarabía del pueblo tres décadas después sigue latente. El pueblo no cobró venganza simplemente hizo justicia.
En Veracruz hay un repetido reclamo de justicia ante tanto atropello. Son tantos los crímenes cometidos en la entidad –proporcionalmente los mismos al saqueo de las arcas públicas- y Veracruz es hoy por hoy el cementerio más grande de la república.
Eso, sin embargo, parece no preocupar al señor Javier Duarte ni a su familia.
Montado en su macho hace lo que su nula sabiduría y prudencia en el ejercicio del poder le marcan. Sus actitudes obtusas son objeto de aplauso y reconocimiento pero solo por sus tres seguidores y una senadora de la república, Erika Ayala. El resto, ocho millones de veracruzanos, poco crédito le dan.
¿Es que no se da cuenta?
Por supuesto que no. Los efluvios del poder lo tienen atrapado. No ve ni oye. Ordena sin ton ni son. No respeta a la federación, no hace caso a su pueblo y solo atiende a la opinión pública para revirarle ya que él es de la razón.
Y no hay quien lo pare… hasta el momento ya que el juicio final asoma en el horizonte. Será removido o apartado; será objeto de juicio o eventualmente llevado a prisión, clama Fuenteovejuna.
Javier Duarte de Ochoa no será recordado por su obra social porque no existe; tampoco por haber traído la paz social y desterrado a las bandas criminales, menos por su carácter social y afable o esa honradez a prueba de balas que presume.
Será recordado por la persecución que se inicie en su contra y la de todos aquellos rapaces que hicieron del Palacio de Gobierno una cueva, la de Alí-Baba.
Estamos hablando de tiempos políticos, tiempos que ya tocan la puerta de Casa Veracruz.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo