martes, mayo 7, 2024

Redescubren sapo “extinto”

Con gran entusiasmo, biólogos ecuatorianos comprobaron el resurgimiento del extinto sapo del Azuay.

Tres equipos científicos independientes participaron en el redescubrimiento de un reducido grupo de batracios en bosques montañosos cerca de Cuenca; y lo más importante, observaron que los sapos recién descubiertos no muestran indicios de quítrido, mortífero hongo al que atribuyeron su desaparición hace casi 15 años.

El redescubrimiento del sapo del Azuay es muy significativo, pues fue la primera especie de Centro y Sudamérica en que se confirmó la infección por quítrido, hoy extensamente diseminada.

Los sapos Atelopus bomolochos, cuyo color varía del anaranjado al olivo, fueron arrasados por el hongo que, en combinación con otros factores, ha devastado otras especies de anfibios y ocasionado la extinción de muchas en los últimos 25 años.

“Los sapos arlequines (término común que describe al género Atelopus), equivalen a los dodos y los lobos de Tasmania”, dice Juan Manuel Guayasamín, director del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Climático de la Universidad Tecnológica Indoamericana de Quito.

“Sabemos que, en algún momento de la historia, fue una especie abundante”, agrega Guayasamín.

Y después dejó de serlo. “De vez en cuando, alguien decía que había visto un ejemplar, pero siempre se trataba de una equivocación. Hasta ahora”.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se considera que una especie se ha extinguido cuando, después de realizar investigaciones exhaustivas en el hábitat conocido o esperado, “no queda duda razonable de que el último individuo ha muerto”.

Atelopus bomolochos son animales diurnos [activos durante el día], de color brillante y muy numerosos, de modo que su desaparición repentina se hizo notoria no solo para los científicos, sino también para los lugareños”, dice Guayasamín.

Por ello, cuando resultó imposible encontrarlos a partir de 2002, determinar que la especie se había ido para siempre “no fue mera cuestión de rareza o un mal procedimiento de muestreo”.

Por supuesto, pese a que los sapos recién encontrados no están infectados por el hongo quítrido, su supervivencia no está garantizada.

Poco se sabe de la biología del sapo del Azuay, excepto que el apareamiento es un proceso bastante lento. “Cuando llega el momento de reproducirse, las parejas son muy obstinadas”, informa Guayasamín.

Se aparean en arroyos y “el amplexo (la posición sexual, donde la hembra lleva al macho sobre la espalda) puede prolongarse más de un mes, y en ese tiempo el macho no se alimenta”.

La hembra puede poner cientos de huevos que, a partir de entonces, son vulnerables a los depredadores, incluidas truchas no nativas que engullen rápidamente toda la postura.

Además del hongo quítrido, la destrucción de hábitat es la mayor amenaza para Atelopus y demás anfibios de Centro y Sudamérica. Otras dos inquietudes específicas de los expertos son el acelerado desarrollo de plantaciones de palmas de aceite, así como el cambio climático.

Por ello, aunque haber encontrado la especie perdida ofrece esperanza, los obstáculos para impedir que desaparezca realmente, son colosales.

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