Diario de un reportero

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  • La señora únicamente lee esquelas
  • Un diarista sólo lee el directorio
  • Sueldito de mierda… 

Luis Velázquez

DOMINGO

La señora solo lee esquelas

Hay en la ciudad una señora de unos 70 años que todos los días lee el periódico.

Se lo llevan a su casa, entrega a domicilio de su voceador que pasa enfrente de su casa, con un solo objetivo: leer las esquelas.

Y lee las esquelas para saber si alguna amiga, una conocida, una vecina, ya se le adelantó en el camino sin retorno.

Luego, lee las esquelas en general buscando si por casualidad publican la edad de la persona muerta para así llenarse de optimismo con que caminar el transcurso del día.

De hecho es la única noticia que le interesa.

Y cuando, por ejemplo, lee que la esquela se refiere a una persona de menor edad que ella, se siente, oh paradoja, más llena de vida.

Digamos, que entonces la bilirrubina se le trepa desde el occipital hasta el messorcardio y mantiene la más insólita y extraordinaria energía.

Es más, se acuesta con una sonrisa de sandía porque un día más ha vencido la muerte.

Ella sabe que cada ser humano tiene un término de vida geriátrico, de tal modo que la persona llega a vivir los años promedio de sus padres, sus abuelos, sus tarabuelos.

Y por eso mismo, cuando mira la esquela de una amiga, una conocida, también se alegra.

LUNES

El reportero que solo lee el directorio

En el periódico hay un compita de la tercera edad que ha dejado todos los años de su vida en el surco reporteril.

Inició a los 17 años, apenas cursando el bachillerato, como ayudante del jefe de Redacción, todo un IBM, y veme a traer una coca, y veme a traer un cigarro, y veme a traer una cuartillas, etcétera.

Ahora a los 70 años de edad, en su cargo de subdirector editorial, lo primero que lee en el periódico cada mañana es el directorio para saber si su nombre todavía aparece al lado del cuerpo directivo.

Y si su nombre todavía está ahí, entonces, el buen karma se apodera de sus entrañas y es el hombre más feliz del mundo.

Tal cual, todo el día anda con una gigantesca sonrisa, lleno de un buen sentido del humor, jugando bromas sanas, tecleando varios artículos.

Muchos años después de ejercicio periodístico es el máximo trofeo de su vida. Su nombre en el directorio.

MARTES

Sueldito de mierda  

Alberto Domingo, uno de los mejores cronistas del siglo XX, fundó la revista Siempre! al lado de su amigo, el legendario reportero, José Pagés Llergo.

Un día, 20 años después, en el aniversario del semanario, Alberto Domingo entregó su renuncia a Pagés Llergo.

–¿Cómo, renuncias? –Sí, Pepe, me voy. Aquí se cierra mi ciclo.

–Caray, hermanito, pero si tú y yo fundamos Siempre!

–Pues sí, pero 20 años después, tú te has vuelto rico y yo sigo igual de jodido.

–Bueno, entonces dime qué quieres?

–No, Pepe, nada, me voy.

Y Alberto Domingo salió de Siempre! para siempre iniciando una nueva aventura periodística, también como empleado, en otro periódico, que tal es el destino de la mayor parte de trabajadores de la información.

Sellaba así su amistad con Pagés Llergo, el tabasqueño que se hizo querer de todos sus amigos, a quienes cada año trepaba en un ADO que viajaba de la ciudad de México a Villahermosa, Tabasco, para celebrar su cumpleaños en su tierra.

No obstante, amigo excepcional, fuera de serie, Pagés Llergo solo exprimió el talento y la inteligencia de Alberto Domingo con un sueldito de mierda que apenas y le permitió vivir, sin capacidad para ahorrar cada quincena, cada mes, unos centavitos para su vejez.

MIÉRCOLES

Pagaba con vales para la cantina

En el puerto jarocho, el reportero Apolonio Gamboa fundó el periódico ‘’La noticia’’ en el siglo pasado.

Era un periódico de unas 8 páginas, impreso en una vieja rotativa plana, que solo podía imprimir pliego por pliego, de tal manera que el prensista se llevaba horas haciendo la talacha.

Combativo, el periódico le permitía a Apolonio viajar cada año en el verano un mes completito a una región del mundo y llegó, por ejemplo, hasta China, Japón, la India y Rusia, siempre con su esposa.

En contra parte, cada semana pagaba el salario de hambre a los reporteros y se los cubría de la siguiente manera: con vales para cobrar en alguna de las diez cantinas que coleccionara en la calle Guerrero, donde en aquel entonces se ubicaba, además, la zona roja de Veracruz, con más de cien trabajadoras sexuales.

Así, cuando los reporteros y fotógrafos cobraban su semana en alguna de las cantinas, el cantinero tenía la orden de que les invitara la primera cerveza que una hora, dos horas después se convertían en varios cartones.

Y de pronto, resultaba que el empleado de Apolonio Gamboa le debía más, mucho más de su salario.

Y por tanto, el cantinero anotaba en su hojita la deuda pendiente que a la siguiente semana se multiplicaba y era un cuento de nunca acabar.

JUEVES

Asesinado en el carnaval 

Era el sexenio en Veracruz de Fernando López Arias, 1962/1968. Y el diario ‘’La Noticia’’ de Apolonio Gamboa era uno de los tres que entonces circulaban en el puerto jarocho, además de El Dictamen y La nación.

En  el periódico trabajaba un reportero de sociales de nombre Porfirio Rosas, un tipo alto y fornido, que todos los días se aplicaba durante un par de horas en el ejercicio físico en el gimnasio, moreno moreno, y homosexual.

Él solito escribía la sección de sociales, que era entonces una sola página.

En un carnaval, Porfirio se involucró con hombres conocidos al vapor de la fiesta del pueblo, empezó bebiendo alcohol al mediodía en Los Portales, siguió en la tarde y parte de la noche en otro lado y al día siguiente amaneció muerto, estrangulado, en un hotel de paso en el centro de la ciudad.

Lo habían violado. Y nunca, jamás, el crimen fue esclarecido y que, además, se diluyera en medio de la pachanga carnavalera.

Fue el primer reportero ejecutado en el puerto jarocho hacia la segunda mitad del siglo anterior.

VIERNES

Un embute escondido en un libro

En aquel tiempo, don Arnulfo Pérez H. era administrador de la Aduana jarocha. Vivía los últimos años de su vida, secretario particular que había sido de Tomás Garrido Canabal, el gobernador come/curas de Tabasco.

Y por eso mismo, en su tarjeta de presentación, don Arnulfo había inscrito la siguiente leyenda:

Arnulfo Pérez H. Enemigo personal de Dios.

El joven viejo aquel solía entregar un embute a los reporteros que cubrían la fuente. Y lo aplicaba, digamos, de una manera fina y elegante, siempre con una sonrisa sandía. En un libro metía el sobrecito con unos centavitos, poquito, porque poquito era su salario según afirmaba.

Oh paradoja, el libro que siempre regalaba con el sobrecito adentro eran los discursos del presidente de la república, a la sazón, Gustavo Díaz Ordaz.

Entonces, los reporteros solo atravesaban la calle y se instalaban en Los Portales donde quedaba el embutito en aquel tiempo cuando por cada cerveza que pedía uno el cantinero

te daba una sabrosa y exquisita botana, dos taquitos dorados con restos de pollito y un caldo insípido de pescado que calentaba el alma cuando en las entrañas el caldito se revoloteaba con la cerveza.