domingo, diciembre 22, 2024

Expediente 2015: Pacto con el diablo

Luis Velázquez

 

Veracruz arde.

Una Auditoría Superior de la Federación evidenciada.

Préstamos millonarios cuyo destino se ignora.

Presupuesto ejercido pero al mismo tiempo sin obra pública trascendente y el mundo preguntándose dónde está el dinero.

Deuda creciente.

Todo mundo (hasta los jubilados y discapacitados) protestando por pagos atrasados.

Arcas vacías.

Parte de la elite priista y ni se diga opositora soñando con la reencarnación de El bronco de cara la candidatura a gobernador.

El PRI duartista convertido en la segunda fuerza legislativa en el Congreso de la Unión.

El gobernador, ene número de veces renunciado, pero como el dinosaurio de Tito Monterroso, inconmovible y firme.

Por eso, y dado el pacto de Javier Duarte con el diablo, si el presidente Enrique Peña Nieto pasa por encima del góber jarocho con el candidato priista a la silla embrujada de palacio, entonces, veinte y las malas a que el abanderado peñista perderá.

Incluso, y según la bola de cristal de la astróloga de los Llanos de Sotavento, desde adentro del poder priista jarocho sería lanzado un candidato independiente.

Y si las cositas empeoran, hasta un par de candidatos ciudadanos que, por ahora, sobran, si se consideran a Gerardo Buganza Salmerón, Tomás Ruiz González, Renato Tronco y Ricardo Ahued Bardahuil, si recupera el aliento y otra vez se anima.

Duarte tiene pacto con el diablo y por eso ahí sigue y terminará el sexenio y luego, y como ha expresado a los suyos, el equipo del círculo rojo, partirá a España para vivir y de paso, estudiar otro doctorado en la Universidad Complutense.

Salvo, claro, que el viento presidencial del año 2018 lo envuelva con un amigo, por ejemplo, Manuel Velasco Coello, gobernador de Chiapas, y entonces, aliste maletas para una secretaría de Estado.

Mucho, pues, demasiado, ha sorteado Duarte como el gobernador más polémico y controvertido de la república para que Peña Nieto, en nombre de la presidencia faraónica e imperial, decida el destino de la nación entera imponiendo gobernadores a diestra y siniestra.

Duarte, pues, será oído y escuchado y la decisión, en todo caso, será al alimón.

La lección de El bronco en Nuevo León, cuando nadie cicatrizó las heridas tricolores ni tampoco negociaron y pactaron con los grupos locales está fuera de duda.

POSIBLE SUBLEVACIÓN PRIISTA

 

Está claro: el compadre del góber, Salvador Manzur Díaz, fue descarrilado por una simple frasecita (los programas de SEDESOL son oro molido para ganar elecciones) en la que la oposición se agarró para desplomar el Pacto México.

Y Peña Nieto cedió.

El segundo favorito de Duarte para la candidatura a gobernador, Fernando Chárleston Hernández, renunció a SEFIPLAN porque tenía epilepsia según el vocero Alberto Silva Ramos.

El tercer favorito, Alberto Silva, nunca, jamás, levantó en la encuesta histórica y siempre se ha mantenido en el sótano de la preferencia electoral, de la que nunca ha salido ni saldrá.

Así, el cuarto candidato es el senador Héctor Yunes Landa, a quien la cúpula priista ha descubierto ene número de cualidades y atributos.

Pero si en Los Pinos tienen otro candidato que estarían mirando y proyectando, y Peña Nieto se va por ahí, entonces, la joven generación en el poder sexenal podría sublevarse.

Nadie pensaría en confrontar la ira del presidente, como afirma el politólogo Carlos Ronzón Verónica, sino al contrario, torpedear a su candidato por arriba y debajo de la mesa, con todo y en todo.

Claro, quizá en nombre de la institucionalidad y la cohabitación universal, y la diplomacia, y para ganar indulgencias en el otro lado del charco, Duarte ejercería el derecho de voto.

Y si se lo negaran invocaría el derecho de veto.

Y si topara con pared, entonces, por un lado se disciplinaría, y por el otro, lanzaría a su caballada, el término aquel utilizado por Rubén Figueroa Figueroa, gobernador, entonces, de Guerrero, para referirse a los precandidatos presidenciables en tiempo de Luis Echeverría Álvarez.

LA CANDIDATURA PASA POR JAVIER DUARTE

 

Tal cual, Duarte actuaría así, por lo siguiente:

Uno. Tiene pacto con el diablo y se ha impuesto.

Dos. Después del gobernador del estado de México, Eruviel Ávila, significa la segunda fuerza legislativa en el Congreso de la Unión, suficiente para negociar a modo.

Tres. Es un político rencoroso que nunca, jamás, olvida ni perdona.

Cuatro. Es un joven político bipolar, pero también, explosivo, incapaz de controlar emociones.

Cinco. Desde siempre se ha salido con la suya, pues sus jugadas han sido magistrales.

Seis. Igual que a un jarocho también se le da la chispa en corto para seducir. Y ha seducido a Peña Nieto y a una parte de su equipo.

Siete. Trepado en la cresta del poder político ejercerá a plenitud la facultad más importante de un gobernador (y un presidente de la república) como es nombrar al sucesor y entronizarlo en las urnas.

Ocho. A su lado tiene buenos cabilderos y lobistas, que han de estar operando el camino a Los Pinos.

Por eso, todo aspirante a la candidatura priista a gobernador ha de tener muy claro la siguiente realidad inapelable:

La candidatura pasa por Javier Duarte.

Y sin el visto bueno de Duarte soñar con la nominación es una locura de osados y temerarios.

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