Dijeron que no sabíamos votar… y votamos

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Por. Esmeralda Ixtla Domínguez

En 1955, México permitió a las mujeres votar, no porque el sistema fuera generoso, sino porque ya no pudo contener la presión, sin embargo mientras las mujeres iban a las urnas, emitiendo silenciosamente votos que sabían eran históricos, muchos hombres se encargaban de advertir, con una especie de autoridad moral, que “las mujeres no estaban preparadas.” Que “iban a votar como se les dijeran en casa o en la iglesia.”

Pero votaron, y aunque la participación fue escasa, el mensaje fue rotundo.

Setenta años después, el discurso se repite. Ahora no se trata de si la ciudadanía puede votar, sino de si debe meterse en “cosas de jueces”.

Entonces, de repente, de ese mismo poder judicial que no ha sido conocido precisamente por su humildad, salió una nueva advertencia: “La gente no entiende cómo se eligen los jueces.” “Es una elección compleja.” O peor aún: “No hay razón para votar porque no sabemos qué hacen los jueces.”

La historia parecía de risa, pero no tenía gracia.

Y llegó el día, el pueblo eligió a jueces, magistrados y ministros,
se imprimieron más de 100 millones de boletas, y más de 13 millones de mexicanos participaron en el proceso.
En algunos estados, como Veracruz, se entregaron 10 boletas por persona. Y aún así, lo que más escandalizó a las élites judiciales no fue el volumen de la elección, sino la posibilidad de que “el pueblo se meta donde no sabe”.

Como en 1955, lo que molestó no es el voto, fue la conciencia.
Que la gente se pregunte, qué hace un magistrado, que exija una sentencia justa, que revise trayectorias, que compare y que decida.

Porque por décadas, la justicia fue una casa de puertas cerradas y ahora hay quien quiere tocar el timbre.

Claro, hubo abstencionismo, hubo desinformación, hubo campañas sucias y “poca participación”. Pero también hubo algo más, hubo ganas de entender.

Personas mayores preguntando cómo llenar su boleta, jóvenes compartiendo acordeones en redes, ciudadanos leyendo perfiles como nunca antes se leyeron en las ternas del Senado.

Y eso, aunque no les guste, ya es un cambio.

En 1955 dijeron que no sabíamos votar. Hoy dicen que no sabemos cómo se elige la justicia.
Lo que no saben ellos es que, como en aquel entonces, ya aprendimos a llegar a la urna sin pedir permiso.

Que una boleta bien marcada puede no cambiar todo, pero sí puede empezar a derrumbar lo que siempre se creyó intocable.

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