sábado, abril 26, 2025

Expediente 2015

Veracruz sórdido

Luis Velázquez

El ciudadano quisiera de veras pensar, creer, estar seguro de que vive en un Veracruz tranquilo y en paz, como en el paraíso, digamos, en el tiempo aquel cuando en las tardes las familias ponían el sillón tlacotalpeño en la banqueta para platicar las cosas del día en tanto miraban pasar a los vecinos y dialogaban con uno que otro que se detenía a contar el último chisme del pueblo.

Y cuando en tanto, los niños jugaban a los encantados y a las escondidas corriendo y saliendo de la casa.

Pero desde hace ratito, y con el duartismo se vive los días más sórdidos, revueltos y turbulentos desde hace muchos años, digamos, mínimo, desde cuando con Agustín Acosta Lagunes con la llamada «Sonora Matancera» había pistoleros que cobraban 50 mil de los viejos pesos para asesinar a un cristiano incómodo.

Por ejemplo, resulta imposible el sosiego de los días y las noches cuando de pronto, zas, en las redes sociales y en uno que otro portal noticioso aparece la noticia de un cuerpo flotando en el río Blanco que se ha convertido en un inmenso, gigantesco y largo cementerio de los malosos, sin que nunca, jamás, el cadáver sea identificado, y al mismo tiempo la impunidad se multiplique como los hongos, la humedad, los peces y los panes.

Así sucedió el viernes 30 de noviembre, en el río Blanco, en los límites de Ixtaczoquitlán y Fortín, hacia las localidades de Zapoapita y El Fresnal, donde apareció el cadáver de un hombre con las señales de tortura, amordazo y ejecutado de dos balazos en la cabeza, como doble tiro de gracia.

Luego, el cadáver fue ubicado como el de Daniel Anaya, de 30 años, vecino de Fortin, de unos 30 años, que tenía siete días desaparecido, y como ha ocurrido en unos casos con los 90 desaparecidos este año en la región de Córdoba y Orizaba,

aparecidos sin vida.

El vigilante de la planta hidroeléctrica de El Naranjal, que se ubica a orillas del afluente, aplicaba su periplo de rutina como cada mañana, y de pronto topó con el cadáver en medio de unas rocas a la mitad del río Blanco.

 Una vez más queda claro: en Veracruz, el Veracruz de Arturo Bermúdez Zurita y Luis Ángel Bravo Contreras, secretario de Seguridad Pública y Fiscal, «la muerte tiene permiso» como reza el título de la famosa novela de Edmundo Valadés, publicada en el siglo pasado.

Lo peor es que así nos hemos acostumbrado a vivir, sin que ninguna lucecita asome en el largo y extenso túnel de la «noche de los cuchillos largos» que estamos padeciendo y que de igual manera como en la transición de Agustín Acosta Lagunes a Fernando Gutiérrez Barrios, sólo terminaría cuando en el palacio principal de Xalapa aterrice el nuevo gobernador.

VERACRUZ, ATRAPADO EN LA VIOLENCIA

La violencia ha caminado en Veracruz, una de las entidades federativas del país más grande, por ejemplo, que varias naciones de América Central.

Inició en el norte de Veracruz, cuando en el puente del río Pánuco, que divide con Tamaulipas, fueron tirados unos once cadáveres y con la balacera aquella en contra de dos, tres autobuses de pasajeros, en la carretera de Tempoal a Pánuco, donde un bebé en los brazos de su madre perdiera la vida, entre tantos otros.

Luego, de manera súbita, brincó a Boca del Río, cuando 33 cadáveres fueron tirados en la avenida Ruiz Cortines, a la altura del paso a desnivel frente al WTC, en la víspera de la cumbre nacional de procuradores de Justicia y presidentes de los Tribunales Superiores de Justicia.

Caminó hacia la Cuenca del Papaloapan donde aparecieron las primeras fosas clandestinas.

Y de pronto se anidó en Coatzacoalcos, donde secuestraron hasta a una niña, Karime Alejandra, de 5 años de edad, a la que asesinaron y sepultaron con su tía en una fosa clandestina.

Un día, no obstante, descubrieron que en los ríos Blanco, y también Coatzacoalcos, aparecían cadáveres flotando sembrando el terror y el miedo en la población ribereña.

Y, al mismo tiempo, en la ruta de Omealca a Tezonapa se dieron cuenta que los pozos artesianos de agua dados de baja eran depósito de cadáveres que los malosos tiraban, con la misma estrategia que en el siglo pasado la banda de Toribio «El Toro» Gargallo, él mismo que perdiera la vida en un fuego cruzado con la policía en el cuatrienio de Dante Delgado Rannauro.

Ahora, la estadística habla de 1,200 desaparecidos, de los cuales 144 son niños, en tanto hay ene número de muertos que cada vez van engrosando los números de la muerte donde la inseguridad y la impunidad se han vuelto hermanitas gemelas.

DE GUTIÉRREZ BARRIOS A BERMÚDEZ ZURITA

Si se cotejan los cinco años del duartismo con los dos años del gobierno de Fernando Gutiérrez Barrios, el contribuyente quedará atónito y sorprendido por lo siguiente:

Acosta Lagunes heredó a don Fernando un Veracruz sórdido, donde los caciques regionales con sus pistoleros eran dueños del día y de la noche que sembraban el terror y el miedo.

La llamada «Sonora Matancera», con su jefe máximo, Felipe «El indio» Lagunes Castillo, pariente de Agustín Acosta, era la banda icónica, la más peligrosa, la más conocida.

En tales circunstancias, nadie dudaría que en aquel entonces, el presidente de la república, Miguel de la Madrid Hurtado, nombró  a Gutiérrez Barrios el candidato priista a la gubernatura dado su perfil policiaco y político para recuperar la paz perdida en Veracruz.
A los 7 días de su mandato, don Fernando detuvo al primer cacique de la época, Luis Mendoza, de la sierra de Huayacocotla, que con sus sicarios asesinara el día anterior a una familia, con el tiro de gracia, incluso, a una bebé, y a quienes internó en el penal de Pacho Viejo.

40 días después de tomar el poder, don Fernando detuvo al cacique sureño, Cirilo Vázquez Lagunes, acusado de posesión de armas de uso exclusivo del ejército y lo confinó en el penal de Allende.

Una semana después encarceló en el reclusorio de Pacho Viejo a los hermanos Justo y Roberto Cabrera, los caciques priistas de Chicontepec.

Entonces, el otro poderoso cacique que restaba, Toribio «El toro» Gargallo, salió huyendo de Veracruz antes de que fuera aprehendido y murió años después, cuando Dante Delgado era gobernador, en un duelo policiaco.

Así, en 40 días, Gutiérrez Barrios pacificó Veracruz, aplicando la ley con firmeza, sin titubeos ni miedos.

Por eso ahora resulta inexplicable el principio de Peter del general de West Point, Arturo Bermúdez Zurita, que tiene a Veracruz de cabezas, en medio de la turbulencia social, con la población en la incertidumbre y la zozobra, a expensas de tres carteles como ha sido enunciado tanto por la procuraduría de Justicia de la nación, PGR, y la DEA, agencia antinarcóticos de Estados Unidos, a saber, los Zetas, Jalisco Nueva Generación y del Golfo.

Si Bermúdez anidara voluntad política desde hace ratito habría adoptado el manual de contra/insurgencia de Gutiérrez Barrios para los momentos difíciles y huracanados.

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