jueves, diciembre 18, 2025

DE PRIMERA MANO

MARTES 29 DE MAYO DE 2018

DE PRIMERA MANO

ROLANDO QUEVEDO LARA

NO HAY PEOR CIEGO…

Manuel López, pues…

  “Acabaré con los corruptos, me canso ganso”, la frase contundente en el discurso del domingo anterior en el hemiciclo a los Niños Héroes, que estuvo medio lleno, o medio vacío, según enfoques.

  Por allí, estacionados más de 55 autobuses de diversas líneas regionales, en el bulevar Puerto México, en avenidas adyacentes… temas para cronistas.

  Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero eso no es cierto. El peor ciego es aquel que aun siendo consciente de su realidad, decide volver a cerrar los ojos. “No hay peor ciego que el que ya vio la realidad y decide cerrar los ojos de nuevo”.

  “En más de alguna ocasión somos personas tontas a propósito, nos aferramos a ocultar la realidad. Nos convertimos en seres intransigentes, sordos, ciegos, y nos encerramos en un mundo virtual en el que solo podemos encajar nosotros mismos, todo para beneficiar una relación que desde hace mucho ya terminó”, se lee en Centro Virtual Cervantes. @Instituto Cervantes.

DECALOGO DEL POPULISMO

  Manuel López no cambia el discurso de hace 12 años, o más. Populista, el que convence a sus fanáticos.

  Enrique Krauze en su libro El Pueblo soy Yo, expone, prueba y da fe de forma indudable, qué es el populismo.

  El populismo ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica ‘pueblo’.

Diez rasgos específicos:

  1.- El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, para siempre, los problemas del pueblo. «La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo -recuerda Max Weber– no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, ‘vive para su obra’. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido».

  2).- El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. Se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, «alumbra el camino», y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios.

3).- El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino «Vox populi, Vox dei«. Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno «popular» interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.

4).- El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, o para ambas cosas, sin tomar en cuenta los costos. Tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.

  5).- El populista reparte directamente la riqueza, pero no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia. «¡Ustedes tienen el deber de pedir!». Se creó la idea ficticia de la realidad económica y se entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién paga la cuenta?

6).-  El populista alienta el odio de clases. «Las revoluciones en las democracias -explica Aristóteles, citando «multitud de casos»- son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos.» El contenido de esa «intemperancia», el odio contra los ricos»

  7).- El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. Apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es teatro donde aparece «Su Majestad El Pueblo» para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra «los malos» de dentro y fuera. «El pueblo», claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un parlamento; ni siquiera la encarnación de la «voluntad general» de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante: «El poder para los que gritan ‘¡el poder para el pueblo!”.

8.- El populismo fustiga por sistema al «enemigo exterior». Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera.

  9).- El populismo desprecia el orden legal. Hay en la cultura política un apego atávico a la «ley natural» y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la «justicia directa» («popular»), que, para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta.

  10).- El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. Abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la «voluntad popular».

Así, o, ¿más claro?…

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