domingo, mayo 11, 2025

Cosas De Mi Pueblo

Superman, Batman y Robin, Aquaman y La Mujer Maravilla

JOSÈCRUZSANTES

Hace alrededor de veinte años, aquí en Coatzacoalcos fui invitado a una reunión literaria por parte de  un grupo que tenía poco tiempo de haberse formado. La reunión, amablemente grata, fue la primera de dos  a las que asistí. No recuerdo las causas, motivos o razones por la que ya no volví, pero el hecho es que me sucedió una anécdota que viene bien a la historia que luego relataré.

A cada uno de los contertulios se le pidió que leyera un texto  para después comentarlo entre todos. Me correspondió un cuento de dos cuartillas que es más o menos las dimensiones de éste escrito. De primera lectura todos hicimos el ejercicio literario lo mejor posible. Cuando terminé de leer la historia quien presidía la mesa le preguntó a una joven poetiza en ciernes que opinara sobre lo que yo había leído y ella solamente atinó a decir: “lo que más me gustó de la historia es lo bonito que lee el señor”.

Y ciertamente, me precio de leer bien en voz alta. Doy entonación e inflexiones a la voz como papá me enseño cuando niño,  que mejoré con la lectura de las historietas de Supermán, Batmán y Robín; Aquamán, la Mujer Maravilla,  el Halcón Negro, los Halcones de Oro, Hopalong Cassidy y Roy Rogers, entre otros.

Cuando menos una hora de tres tardes de todas las semanas y durante años, en aquella dorada época de mi niñez y primera juventud, mi hermano Nino y yo alquilábamos a veinte centavos cada revista al güero de las muletas; cosa que preferíamos en lugar de comprarlas, porque por un peso, precio de compra, leíamos cinco alquiladas.

Bajo los frondosos árboles del parque de los cocodrilos enfrente del cine de la sección treinta de los petroleros, en el centro de Poza Rica,  sentados en la ancha barda tapizada de mosaicos de pequeños cuadritos azules y multicolores, pasábamos el rato junto a otros lectores de aquellos cuentos de aventura. Más tiempo nos quedábamos en las quincenas cuando salían nuevos números. Pero eso sí, no había que ultrajar el papel ni pasar las hojas con dedos ensalivados porque luego el güero de las muletas  no los podía vender; así que la consigna era tratar bien la revista para que nos siguiera alquilando.

Aprendí a leer y escribir antes que los demás niños en razón de que, como he platicado en otras ocasiones, salíamos los dos hermanos a cobrar de aboneros cuando fuimos pequeños, y entonces había que saber cuando menos juntar las letras y hacer las más elementales cuentas. Aparte de la obligada sesión paterna de leer ante él cualquier escrito en voz alta, la lectura de las historietas no tan sólo me afinó el gusto por la lectura, sino que leía en mi mente los diálogos como si yo fuera Supermán o el Llanero Solitario.

De estas historietas o cuentos, que así los llamábamos, aprendí mucho. No tan sólo leíamos historias de fantasía, de viajes a otros mundos en naves espaciales desconocidas  entonces o de aviones invisibles como el de la mujer maravilla, sino que también leíamos Vidas Ejemplares, sobre los santos de la iglesia; o Vidas Ilustres, la  de grandes músicos, artistas, poetas, escritores, científicos, navegantes y descubridores.

Con el tiempo aparecieron Chanoc, Tawa, los Supersabios y las revistas de Rius con Calzonzin Inspector. No olvido haber dejado de leer  todos los números de la Familia Burrón de  Borola y don Regino.

De más pequeño, tal vez a los cinco años de mi edad, Cada quincena pasaba el voceador a lo largo de la calle Abasolo de la colonia Flores Magón, que era donde vivíamos entonces pregonando el “Pepín” que así se llamaba a las historietas como el Aguilucho y El Santo el Enmascarado de Plata, escrito por José G. Cruz casi un homónimo mío que rompió todos los paradigmas.

A papá no le gustaba que leyéramos esas historietas porque no le parecían una fuente afortunada de cultura, pero tuvo que aceptar su benevolencia cuando mi hermano Andrés, el más tremendo de todos los hermanos aprendió a leer en ellas motivado por los hermanos mayores y no quiso quedarse atrás y  allí aprendió a leer.

Dejé de leerlas  poco a poco y no por mí, sino porque también poco a poco dos que tres desaparecieron y las otras cambiaron radicalmente su contenido y presentación y aumentaron su costo. Supermán y Batman y Robin no eran los mismos y entonces conocí a Charlie Brown y a Mafalda a los que leí con fruición para quedarme hasta la fecha solamente con Condorito, Ungenio y Coné… por todo esto ¡exijo una explicación…!

JOSÉCRUZSANTES

  

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