viernes, abril 26, 2024

Escenarios

•López Arias, la leyenda

•Tenía muro Donald Trump

•Era su poderoso vocero

Luis Velázquez

UNO. López Arias, la leyenda

Fernando López Arias fue el primer gobernador con quien me topé en la vida reporteril. Era el final del sexenio y como apenas empezaba en el periodismo, el acceso era como brincar el muro Donald Trump.

Y más porque tenía como jefe de prensa a Víctor Cuauhtémoc Naranjo, ex alumno de la facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, con su cuerpo de Charles Atlas, pero excedido de peso, y que dificultaba las entrevistas de un reportero solitario y prefería a los suyos, los periodistas aliados.

López Arias era una leyenda en el país. Senador de la República fue apasionada su defensa de Adolfo López Mateos, ungido candidato presidencial, acusado de tener un origen guatemalteco. Procurador General de Justicia con López Mateos encarceló a los disidentes de entonces, entre ellas, al líder ferrocarrilero, Demetrio Vallejo, y al pintor David Alfaro Siqueiros, en el palacio negro de Lecumberri.

Así, fue premiado con el trono imperial y faraónico en Veracruz. Y en su gabinete legal tuvo, por ejemplo, al cacique sureño, Tauriño Caamaño Ramos, señor de horca y cuchillo, como presidente del CDE del PRI, y al coronel Manuel Suárez Domínguez como secretario de Seguridad Pública y quien años después se suicidara en una cárcel norte del país, o de Estados Unidos, acusado de narcotráfico.

DOS. Gobernador inaccesible

Nunca fue posible una entrevista, una plática, aunque fuera banquetera, con López Arias.

Incluso, en su equipo de jóvenes y que tenía a un montón, quizá el góber con más oportunidades para los políticos imberbes, estaba Antonio Vázquez Figueroa, quien antes de cumplir los 25 años de edad había sido ungido como director estatal del DIF y diputado local al mismo tiempo.

Pero tampoco ninguna amistad tenía con Vázquez Figueroa, y las puertas estuvieron cerradas por todos lados.

Desde entonces, quizá, me agarró el gusto por las crónicas y a veces en el periódico me enviaban a cubrir sus eventos, pero para escribir el relato y desde lejos, sin acercarme al góber ni a su gabinete legal.

Y aun cuando mucho pudo haberse aprendido de López Arias alrededor del poder político y del estilo personal de ejercer el poder, las puertas estuvieron cerradas.

Lástima para el escribidor.

Un día, López Arias asistió a una ceremonia en el palacio municipal de Veracruz donde el legendario y mítico periodista, José Pagés Llergo, apadrinaba, parece, la primera generación de reporteros egresada de la facultad de Periodismo.

Chaparrito, de estatura baja, feo, con la leyenda histórica y mítica, López Arias electrizaba con la mirada. Se imponía. Inquietaba y perturbaba, sin pronunciar una sola palabra. También, claro, atraía a las mujeres. Era el jefe máximo. Henry Kissinger lo decía: siempre hay mujeres a quienes gustan el olor a poder y el olor a dinero.

TRES. Lejos del Príncipe

De seguro, Víctor Cuauhtémoc Naranjo como jefe de prensa era eficaz y eficiente para López Arias, pues incluso, en la historia de Veracruz ha sido el único que repitió como vocero con don Rafael Murillo Vidal y se echó doce años consecutivos en Comunicación Social.

Pero con los reporteros, en vez de tender puentes con los medios los tumbaba. En vez de acercar con el Príncipe, alejaba. En vez de informar, excluía.

Y por añadidura, tampoco con Murillo Vidal pude acercarme. A la larga significó una gran bendición, porque en los medios modestos donde publicaba podían contarse las historias de cada día como sucedían, puntuales.

Y si alguna vez Cuauhtémoc Naranjo se molestó y habló con el dueño de los medios de entonces, nunca los patrones me enmendaron la plana. Digamos, aguantaron vara.

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