sábado, abril 20, 2024

Expediente 2019

Un canto a Veracruz

Luis Velázquez

04 de octubre de 2019

Así como el personaje central de Juan Rulfo viajó “a Comala porque le dijeron que ahí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), viajó a Xalapa y Veracruz , porque “le dijeron que ahí andaba quejándose a vivir Sergio Pitol”.

Y luego “de una entrañable cena con una prudente retirada a primera hora de la madruga, en un estado de cierta euforia etílica desperté, a las pocas horas de dormirme, en mitad de la noche xalapeña, con mi retina alucinada ante la súbita y fantasmal aparición del pico de Orizaba en mi horizonte visual”.

Su viaje a Veracruz fue una alucinación. Lo cuenta en su novela “Lejos de Veracruz”, publicada en 1995, y que en el epígrafe comienza con una estrofa del corrido mexicano tan famoso:

“Ya lo dijo el santo Papa/ y lo dijo a voz en cuello:/“Para capital, Xalapa/¡Sólo Veracruz es bello!”.

Aquel viaje fue alucinante. “Desde el recoleto cuarto de la Posada del Cafeto” miró “la alta montaña de nieves eternas en un su cumbre de real ensueño. Afuera llovía. Me dije: ‘Mira, Enrique, es mejor que pienses que todo esto es verdad’’’.

Mirando Xalapa y la ciudad porteña, pensó “en el génesis y en los orígenes cristianos de la lluvia y del vino y me acordé de Noé, el primer borracho” de la historia.

Así, “dejando atrás las lluviosas colinas de Xalapa, y por una hermosa carretera de cafetales, descendimos hacia el mar, hacia el puerto de Veracruz. Yo viajaba en silencio, con emoción contenida, pronunciado en secreto aquel nombre que por sí solo embrujada todos mis sentidos: Veracruz”.

Muchos años después, digamos, unos quince, tiempo aquel de Javier Duarte, la vida en Veracruz habría obligado a Enrique Vila-Matas a reescribir su novela, pues desde el Valle de Maltrata hasta el puerto jarocho y desde Tampico Alto hasta Las Choapas y Agua Dulce, el paisaje urbano, suburbano, indígena y rural empezó a llenarse de secuestrados, desaparecidos, asesinados, cercenados, decapitados y pozoleados.

El paraíso terrenal que el escritor español descubrió siguiendo los pasos de Sergio Pitol, convertido en el infierno, digamos, de Dante Alighieri, y también de Fédor Dostowieski, por ejemplo, con su novela no ficcional, “Memorias de la casa muerta”, donde cuenta los 8 años de cárcel en la Siberia donde el zar Pedro I lo enviara por el sencillísimo delito de firmar un desplegado exigiendo la libertad de un escritor.

“UN AMBIENTE LOCO DE MARIMBAS”

Vila-Matas quedó embrujado con Veracruz. “Tal vez fuera por la belleza extrema de La Antigua (La Antigua de Ana de la Reguera), con sus asombrosos árboles milenarios, cuyas raíces… trepan como enredaderas por las ruinosas paredes de la que fue la primera fortaleza de Hernán Cortés.

“Después, entramos por fin en el puerto de Veracruz, el lugar por el que, perdidos y perplejos, desembarcaron mis padres y tantos otros españoles al final de la guerra civil, el puerto de la película de Sarita Montiel, el puerto de mi imaginación y vida.

“Recuerdo que había verdadera magia en un ambiente loco de marimbas y frenesí de puro habano cuando cruzamos lentamente el Zócalo y nos sentamos en Los Portales, en uno de los bares donde se sienta todo el mundo en Veracruz, y allí bebimos algo inolvidable mientras se sucedían, una tras otra, bandas musicales que acabaron por cantarnos las obras completas (y otros cuentos) de don Agustín Lara.

“Y cuando tan genial repertorio se agotó, una mujer que había aguardado su turno con singular paciencia en el más remoto de los portales, se acercó con una gigantesca arpa y, tensando las cuerdas como si fueran pura lluvia y chipichipi, cantó a un ritmo endiablado ‘La Bamba’.

“Asombrados y aún no repuestos de tanta velocidad, vimos cómo un enano, agitando una campanilla de bronce, susurraba ‘María bonita” en inglés.

“Y se añadió otro loco a la fiesta. Con un bucle horizontal sobre la frente enrollado y con vozarrón comatoso, el loco me espetó al oído:

–Y me muero por volver”.

El escritor español, quien ha publicado más de veinte novelas y libros de cuentos, quedó maravillado.

Incluso, le sucedió el mismo fenómeno esotérico cuando Gabriel García Márquez llegó con la esperanza aniquilada a Los Portales por su fracaso para que una editorial publicara sus novelas, y entonces, el director editorial de la Universidad Veracruzana, Sergio Galindo, amigo de su amigo y paisano, Álvaro Mutis, le ofreció que le publicaría su primera obra.

Y decidió quedarse a vivir en México.

Pero y por desgracia, aquel Veracruz fascinante solo significa hoy una nostalgia, un recuerdo, un soplo, un latido, pues los carteles y cartelitos son los dueños únicos y absolutos de la tierra jarocha.

VIVIR ES MORIR

La novela de Enrique Vila-Matas es un canto a Veracruz. También Pepe Guízar y Agustín Lara honraron a Veracruz. Y ni se diga Toña la negra, Yuri y Toñita. Y Chavela Vargas. Y, claro, Paquita la del barrio.

Pero así como están las cosas de la inseguridad, la incertidumbre y la zozobra, quizá sería bueno declarar hijos predilectos de Veracruz a “Los Tigres del Norte”, por ejemplo, los preferidos de Javier Duarte, para componer un montón de canciones en cuyas letras incorporaran el nombre de Duarte, de igual manera como por ejemplo, Jaime Nunó puso el nombre de Zempoala, la tierra del cacique gordo de Hernán Cortés, en el himno nacional.

Cierto, recordar es vivir. Pero al mismo tiempo, en rara y extraña paradoja y contradicción, y como dice el viejecillo del pueblo, hoy en Veracruz…, vivir es morir, en tanto los panteones siguen llenándose cruces al mismo tiempo que en los ríos y lagunas flotan cadáveres aguas abajo.

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