jueves, abril 18, 2024

Escenarios

•El profe sicópata

•Devastó a un pueblo

•Corrió con suerte…

Luis Velázquez

20 de septiembre de 2019

UNO. El profe sicópata

Muchos años después, nadie ha olvidado al profesor aquel de la escuela primaria apodado “El cebollín”. Si vive tendrá unos cien años. Tantos lo recuerdan por su calentura sexual. Seducía a las estudiantes. Las envolvía con atenciones, Y cuando podía, las ultrajaba. Eran alumnas del sexto año de primaria.

Siempre, digamos, corrió con suerte. Por más y más denuncias de los padres de familia, la directora, quien lo protegía con exceso, echaba el rollo a los padres y a las niñas.

Pero el daño sicológico, moral y social causado en el pueblo fue devastador. Eran otros tiempos cuando hasta el presbítero lo solapaba pues en los rosarios de la tarde pedía a los feligreses un Padrenuestro para que el demonio se le fuera.

DOS. Tenía los ojos de un ratón

Nunca se supo de sus orígenes. Llegó al pueblo solo y solo vivía en una casita. Una señora le hacía de comer y lavaba y planchaba y aseaba su casa.

Y en las tardes, “El cebollín” invitaba a una alumna cada día para ayudarla en su tarea escolar y en sus problemas de conocimiento con alguna materia.

Era de baja estatura y era güero y hasta las cejas tenían amarillas, güeras güeras, y de ahí nació el apodo endilgado por los estudiantes.

Sus ojitos eran como los de un ratón, chiquitos chiquitos, pero con la mirada de una águila en acecho… atrás de su objetivo primordial como eran las alumnas.

En su casa, solía invitar una champola, un refresco, un chocolate con galletitas, un café, a las chicas. Y como eran de doce años de edad, entonces, les enseñaba a bailar, y bailando, las toqueteaba.

Luego, cuando les explicaba sus dudas escolares, se sentada a un lado de ellos y las tocaba otra vez. Y metía sus dedos debajo de la faldita de las compañeras. Y así, iba calibrando la reacción de cada una.

En el pueblo nunca se casó. Tampoco se le conoció familia que lo visitara. Le bastaba con las estudiantes.

Y para congraciarse con los alumnos jugaba basquetbol. Un día, varios compas le cayeron encima y entonces, se convirtió en entrenador.

Después, se volvió popular porque solía invitar los refrescos y las cervezas los sábados al mediodía luego de un juego.

TRES. “La letra con sangre entra”

Era la segunda mitad del siglo pasado en el pueblo. Y el vaso comunicante de los profesores era, digamos, universal.

Tampoco, por ejemplo, fueron olvidadas el par de maestras de primero y segundo año de primaria que ordenaban a los alumnos ponerse de pie y extender las manos y con una regla de cedro las golpeaban con furia ante un error cometido.

Menos fue olvidado el profesor de Matemáticas que agarraba de la cabeza a los estudiantes y los arrojaba con su furia de gladiador sobre el pizarrón porque estaba seguro de que “la letra con sangre entra”.

Tampoco al profe que se pitorreaba de los alumnos y les ponía apodos.

Ni a aquel profe que hermano de la directora extendía una hamaca de una columna del edificio escolar a otra columna y se tiraba de panza al sol a dormir en las mañanas y en las tardes, como si estuviera en su departamento, y por órdenes superiores hasta el conserje velaba su sueño.

Ni al par de maestras lesbianas que vivían a plenitud su pasión desenfrenada y se besaban en el salón de clases con toda la libertad del mundo.

Pero “El cebollín” ganó a todos porque era, más que un seductor, un violín, un chacal le dirían en la página policiaca.

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