miércoles, abril 24, 2024

Barandal

•Una bendición las AA

•Milagrosa terapia común

•De antro en antro

Luis Velázquez

01 de agosto de 2019

ESCALERAS: Nada más angustiante y purificador como asistir a las sesiones de Alcohólicos Anónimos, AA.

Nada, absolutamente nada rehabilita a una persona como las AA. Incluso, si es internada en Oceánica, el paraíso terrenal, se afirma.

Se trata de un viaje interior. Cada feligrés de esa capilla pasa al frente y cuenta parte de su vida. Las experiencias más dramáticas en el tiempo etílico. Los peores errores. El peor daño a la familia.

Un encuentro con uno mismo y en donde nadie juzga, nadie proscribe, nadie sataniza, nadie maldice a los demás.

Así, escuchando, los alcohólicos se van curando poco a poco, pian pianito.

Hay quienes tienen suficiente con asistir a sesiones cada día, una hora, dos horas, tres horas, según el caso, el tiempo y la voluntad.

Otros, sin embargo, necesitan internarse. Unos meses. Y todos los días y parte de las noches, en terapia colectiva.

Además, en plena convivencia con los iguales.

Y ni se diga, lejos del alcohol. Y más, si se considera la leyenda. “Esta es la última y mañana comienzo en AA”.

PASAMANOS: Las AA funcionan como el grupo de los Neuróticos Anónimos, los Tragones Anónimos, los Sicópatas Anónimos, los Berrinchudos Anónimos.

La terapia, la fórmula mágica de todos los tiempos, tan eficaz y eficiente.

Un amigo, burócrata federal, era alcohólico. Salía del trabajo y a la cantina. Antes de medianoche, se tomaba la caminera y retiraba a casa. Y al día siguiente, levantarse temprano, bañarse y desayunar y correr a la oficina para checar tarjeta de entrada. Y a la salida, otra vez a la cantina. Así, todos los días, circulares.

En el camino al Gólgota familiar aceptó asistir a las sesiones de los AA. Ahora, jubilado de la dependencia burocrática, es un predicador de los Alcohólicos Anónimos.

Incluso, anda de pueblo en pueblo formando grupos. Efectuando sesiones. En la sierra de Zongolica, las madres de familia y los hijos lo veneran. Lo miran como el enviado de Dios.

Da su vida por las AA. “Ellos me redimieron”, dice, y debo gratitud.

Un grupo, sin ideología política y en donde las creencias religiosas son respetadas. Nada de proselitismo a favor, digamos, de una religión o una secta.

La vida plural, en su más alto decibel.

CORREDORES: Los familiares de los enfermos alcohólicos buscan soluciones mágicas por todos lados. Ya, un médico, un terapeuta familiar, un brujo o curandero, un sicólogo, el grito desesperado de la esposa o los hijos para dejar la bebida.

Una familia, de plano, remodeló una habitación de la casa como una cantina, con todo y mostrador y mesas y solo le faltó, digamos, “un tubo” para el streap-tease de las cortesanas fascinantes.

Lo hizo sintiendo, creyendo y soñando con la rehabilitación del padre, pues así, con la cantina en casa… en casa quedaría.

Un tiempecito funcionó. Pero luego, el hombre sintió nostalgia por su cantina preferida. “Extraño el olor del baño”, dijo, “y las mentadas de madre y los gritos y la rokola”.

Y siguió en la borrachera, de antro en antro, como si anduviera en la visita de “las 7 casas” en Semana Santa.

El milagro llegó cuando el hombre fue internado en una casa de los AA. 4 meses, lejos del “mundanal ruido”, suficientes para volverse otra persona, otro ser humano, otro hombre.

Las AA debieran incluirse en los programas sociales del gobierno federal, como los ninis, los ancianos, las madres solteras, los abuelos cuidando a los nietos y los migrantes.

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