jueves, abril 25, 2024

Expediente 2018

Pesadilla azul

Luis Velázquez

El jueves 1 de marzo (¡Oh, los Idus de marzo!), un muerto en Medellín. Un taxista más. Pero ahora, nadie acusó a los malandros. Tampoco “a las fuerzas del mal”. Menos a un cartel o cartelito controlado desde el penal de Pacho Viejo, digamos, por Arturo Bermúdez Zurita (por el mundo conocido).

Los asesinos del taxista Víctor Hugo Pérez Vázquez, fueron, simple y llanamente, unos elementos de la dirección de Tránsito del Estado, dependientes de la secretaría de Seguridad Pública de Jaime Téllez Marié, el yunista que únicmente duerme dos horas al día, “goza de cabal salud” (con todo y su desmayo público) y está en guerra permanente con la delincuencia organizada.

Tenía 28 años. Y el presunto homicida fue, ni más ni menos, el delegado de Tránsito en Medellín, Luis Fernando Carreón Camarero, casi casi, digamos, y sólo para una analogía como Marcos Conde, el delegado de Seguridad Pública de Arturo Bermúdez, en la región de Tierra Blanca, cuando sus policías secuestraran a cinco jóvenes de Playa Vicente y los entregaran a los malandros y los desaparecieran.

Aquí, el delegado de Tránsito se encargó de cometer el crimen, con el jefe de servicios y un perito.

TAXISTA ASFIXIADO

La realidad es avasallante. El proverbio rancho lo establece con claridad. “Lo mismo pecan el pinto que el colorado”.

Se ignora, por ejemplo, si en la desaparición forzada hay un capítulo intitulado muerte forzada, es decir, cometida por servidores públicos.

Pero si fuera la omisión, de cualquier manera resulta inverosímil el asesinato, ahora cuando diecinueve jefes policiacos y policías fueron detenidos y sujetos a proceso por el delito de lesa humanidad en el duartazgo y que por cierto, tan acalambrado tiene a Javier Duarte, pues, como dice el Solecito, lo refundaría en la cárcel.

Dijo la esposa del taxista asesinado:

“Yo llegué y él estaba esposado. Boca abajo. Lo tenían todo maneado. Ya estaba ahí lo que es la Estatal. Ya estaba ahí lo que es Fuerza Civil. Y ninguno de los dos hizo nada. El estaba todavía consciente y todavía alcanzó a decir que lo voltearan. Que él se estaba asfixiando. Y no quisieron hacer nada”. (Notiver, Alba Alemán, 2, 3, 18)

El titular de la SSP “tiró su espada en prenda” y en vez de decir que “los valientes no asesinan”, anunció que los había cesado.

Quizá los habría cesado al mejor estilo del tiempo priista cuando simple y llanamente reubicaban a los elementos excedidos en el ejercicio del poder en el otro extremo de Veracruz, digamos, en Huayacocotla, en la sierra de Chicontepec, o en Filomeno Mata en la montaña de Papantla o en Tehuipango en la sierra de Zongolica.

Con todo, grave, gravísimo que mientras por un lado exista una masacre fuera de control de taxistas (desde “el gobierno del cambio”, igual que en el duartazgo, los satanizan), por el otro, un delegado de Tránsito y dos auxiliares maten a uno de ellos. Y cuando su esposa, Zivania Cruz Carrasco, llegó en la madrugada al escenario de la muerte, todavía estaba vivo…

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