•El crimen de “Lupillo”
•“El hermano panista”
•Siniestra ejecución
Luis Velázquez
ESCALERAS: 72 horas después del asesinato de 24 personas el sábado 24 de junio, entre ellos, cuatro niños y sus padres…
Y un día antes de que los niños fueran sepultados (cuatro fosas en hilera india en el panteón Lomas de Barrillas)…en la unidad habitacional de «Las Brisas», al norte de la ciudad de Veracruz, fue asesinado Guadalupe Hernández Aguilera, apodado entre los cuates «Lupillo», quizá, acaso, en referencia al cantante norteño.
En su crimen se concitó el rastro característico del peor narcotráfico.
Por ejemplo, el cuerpo torturado.
El cadáver, amarrado de pies y manos.
Escondido en un closet en el interior de la vivienda.
La tarde de un domingo siniestro y sórdido.
Estrangulado.
Con todo y que por ahí alguna «mano que mece la cuna» quiso inducir las versiones como una muerte natural, digamos, por enfermedad, un síncope cardíaco fulminante, atroz y cruel que suele arrancar la vida en el momento más inesperado cuando, incluso, se vive a plenitud con vientos favorables.
Mucha saña, pues.
La misma que se da cuando, por ejemplo, hay un ajuste de cuentas entre malosos.
Y/o porque uno «se fue al monte».
Y/o porque los jefes fueron traicionados.
Y/o porque, incluso, en el sórdido y siniestro mundo de la delincuencia común y organizada, uno le bajó la novia al otro, como fue el caso de la versión siempre sin refutar de que uno de los cuatro fotógrafos secuestrados, desaparecidos, asesinados, cercenados y tirados en un canal de aguas negras el tres de mayo de 2012 le quitó la amante, una secretaria, a otro sicario.
Sabrán Dios, la policía y los detectives.
El caso es que el asesinato de «Lupillo» estremeció a las huestes panistas de Veracruz, tanto que, y por desgracia, descubierto su cadáver el domingo 25 de junio en la tarde en el andador Sierra Manao número 84, entre las calles Sierra Paracaima y Sierra Apio, en Las Brisas, al momento, ni una pista sobre el o los homicidas.
Con todo, el domingo 25 de junio, el senador y presidente municipal electo de Veracruz, Fernando Yunes Márquez, publicó el siguiente texto en su facebook:
«Hasta la próxima batalla Lupillo… Se te va a extrañar y recordar siempre!».
Y un día después, el alcalde de Boca del Río, Miguel Ángel Yunes Márquez, publicó en sus redes sociales:
“Descansa en paz mi querido Lupillo. Fuiste un gran amigo y colaborador.
¡Tu recuerdo siempre estará en las mentes y corazones de todos los que tuvimos la fortuna de conocerte!
Siempre dispuesto a ayudar a todos. Trabajador y alegre. Sencillo y humilde. ¡Te vamos a extrañar mucho!
Tu muerte no será en vano no quedará en la impunidad.
¡Hasta siempre mi amigo!”
BALAUSTRE: Guadalupe Hernández Aguilera, «Lupillo», había sido, o era, secretario Técnico de la Regiduría Tercera en Boca del Río.
Estudió Ingeniería Agrohidráulica y en Escuela Secundaria Técnica número 24 de Teziutlán, Puebla.
Vivía en Boca del Río, en donde, se afirma, nació.
Su trágica muerte ocurrió cuando Veracruz sigue igual que en el duartazgo, convertido en un río de sangre y en un valle de la muerte, y en donde además de asesinar a niños, también a tres policías federales, a quienes las elites azules han dado trato de héroes, en tanto a los niños sacrificados de mártires.
En ambos casos, el bienio azul está ofreciendo un millón de pesos por pistas que lleven en cada caso al paradero de los presuntos homicidas.
Circunstancia curiosa: al momento, ninguna recompensa de un millón de pesos por rastros, pistas, huellas que lleven a la ubicación de los asesinos de «El Lupillo».
Y más porque igual que tantos otros habitantes del territorio jarocho fue asesinado, como dicen los reporteros clásicos de la fuente policiaca, «con todos los agravantes de la ley» (alevosía, ventaja y premeditación), además de torturado, y lo que, claro, expresa la saña, pues como en la canción de Rosita Alvírez, con un tiro bastaba.
Y, bueno, así como la yunidiad, nuevo estilo de ejercer el gobierno y el poder político, ya tiene un reportero asesinado, Ricardo Monlui Cabrera (el 18 de marzo, 2017, en Yanga, luego de desayunar picas y gordas con café negro), la dinastía Kennedy del Golfo de México, o mejor dicho, los Yunes azules ya tienen un mártir.
«Lupillo».
Es decir, que la muerte, y la muerte violenta, y hasta, digamos, el ajuste de cuentas, está cerca de la cofradía panista.
Les «pisa los talones».
Por fortuna, ninguna autoridad policiaca ha soltado la versión, como en otros casos, de que fue asesinado por cuestiones amorosas.
Y si en todo caso los ejecutores dejaron una narco/cartulina (como el mensaje tétrico al secretario de Seguridad Pública con los tres cadáveres tirados frente a su despacho jurídico, «Vamos por ti»), nadie lo sabe ni lo sabrá, digamos, por razones de Estado y seguridad nacional.
BARANDILLA: 24 horas después del crimen de “Lupillo», y en reacción tardía, el secretario General del CDE del PAN, el exregidor boqueño, que sueña con tumbar a Pepe Mancha de la presidencia, publicó el siguiente texto en su muro de Facebook:
«El día de hoy el Partido Acción Nacional pierde a un gran militante.
Y todos nosotros perdemos a un hermano querido».
Desde luego, eso de «hermano querido» queda a tono con la petulancia mesiánica del secretario General del partido azul, quien en el éxtasis se inventó un autosecuestro cuando llevaba a sus hijos a la escuela, meses después, y para estar a tono, de cuando en la sierra de Papantla fue asaltado en el duartazgo el coordinador del programa «Oportunidades» de la secretaría de Desarrollo Social, Miguel Ángel Yunes Márquez.
El caso es que cuatro días después, con todo y la hermandad con «El Lupillo», ni siquiera han asistido a un rosario ni menos, mucho menos, insistir con el Fiscal justicia pronta, rápida y expedita.
Y más, como en el caso, el partido, tratándose de «un gran militante» que más cacareo existió, por ejemplo, cuando el asesinato de Luis Donaldo Colosio como candidato priista a presidente de la república.
En fin, la dinastía Kennedy de Boca del Río ya tiene un mártir, además de los tres héroes del bienio azul declarados así el trío de policías federales asesinados en un restaurante de Cardel, a uno de los cuales (ya tan pronto) impondrán su nombre a una calle.
Y, de ñapa, también usufructa una barbie, la Pocahontas de pestañas postizas de Mixtla de Altamirano… que sabe echar tortillas a mano.