•Reparto de curules
•La Barbie de Cosoleacaque
•Caciques se imponen en el PRI
Por: Luis Velázquez
PASAMANOS: El abuelo, Heliodoro Merlín Alor (ha de tener 92 años) inició en política como contador privado y luego también chofer del cacique sureño, Amadeo González Caballero, uno de los hombres de más confianza, con Taurino Caamaño Ramos, de Fernando López Arias, quien gobernara Veracruz de 1962 a 1968, luego de la procuraduría General de la República y la senaduría con Adolfo López Mateos.
Años después, y en automático, se volvió el cacique en su pueblo, Cosoleacaque, y fue presidente municipal y también su hermano Juan.
Y luego, historia faraónica e imperial, los hijos también fueron canalizados a la política.
La más encumbrada de todos, al momento, quizá ya la única, es Gladys Merlín Alor, exalcaldesa y ahora diputada local, que está por terminar el periodo legislativo de tres años.
Un día, uno de los perros que tenían en casa se le echó encima al esposo de Gladys y acabaron con su vida.
Entonces, Heliodoro Merlín Alor recordó una frase bíblica aprendida en la materia, a propósito de la política.
“Muerto el perro… se acabó la rabia”.
Tomó la pistola y mató al par de perros.
El abuelo tiene una nieta de 26 años de edad, de nombre Karla Enríquez Merlín.
Ella, digamos, debutó en política a los 24 años con una cosita llamada “Fundación para la Defensa de los Derechos de las Mujeres Náhuatl y Popoluca”.
Después, soñó con la presidencia municipal, pero ni su madre, la diputada, ni su abuelo, el cacique legendario, se la pudieron dar porque el partido tricolor impulsó a Cirilo Vázquez Parissi.
Entonces, el gobernador Javier Duarte la nombró, digamos, como premio de consolación, subsecretaria de Fomento Ambiental, una dependencia inexistente, creada ex profeso, sin ningún perfil profesional, sin experiencia, sin conocimiento en la materia.
Y allí, y entre otras cositas, tuvo un resbalón, se afirma, asesorada por su hermano, dueño de una gasolina en el pueblo, y su señora madre, la diputada: solicitar un millón de pesos a Saturnino García, vecino de la comunidad “Zúñiga”, de Chinameca, a cambio de un permiso para explotar un banco de material pétreo y que, por fortuna, y cuando tuviera conocimiento, descarrilara el titular de la PROFEPA, Dalos Ulises.
Ahora, cuando su madre, Gladys, está a punto de concluir su tiempo legislativo, ella ha sido nombrada fast track, por dedazo, candidata priista a la diputación local.
“No soy una junior” dijo hace dos años al reportero Ignacio Carvajal.
Pero de acuerdo con la mini/biografía del abuelo y la madre, ha bastado y sobrado la historia familiar para tener casi lista la curul.
Trepada en el escaño, queda a un pasito de la candidatura a la presidencia municipal que será lanzada en la primavera del año 2017, es decir, el año entrante.
Tal cual, solo un año, quizá, como diputada y luego enseguida para seguir la huella de otra Barbie, Ana Guadalupe Ingram Vallines, fallida candidata a diputada federal, delegada federal de la SEDESOL.
Entre barbies y reinis te veas, pues.
Y también, entre nietas de caciques.
“Por mi raza hablará el espíritu” decía José Vasconcelos en el gran lema creado ex profeso para la UNAM, cuando su autonomía, en 1929.
BALAUSTRADAS: En la Biblia, en el Antiguo Testamento, están las raíces de la herencia familiar del poder público.
Tiempo aquel cuando los reyes heredaban a sus hijos, incluso, menores de edad, y ejercían el poder durante 20, 30, 40 y hasta 50 años, una de dos, hasta morir y/o cuando decidían adorar a otros dioses y Dios les enviaba enfermedades, invasiones, golpes de estado y traiciones.
Plutarco Elías Calles, el fundador del partido político abuelito del PRI, repartió cargos públicos a sus hijos. A uno, gobernador de Nuevo León, y a otro, primero diputado federal y luego Ministro de Estado.
Miguel Alemán Valdés prohibió a su hijo soñar con cargos públicos mientras él viviera. A su muerte, carrera meteórica, senador de la república y gobernador de Veracruz.
Fidel Herrera Beltrán ya tiene a su hijo de diputado federal, camino, digamos, al trono imperial y faraónico jarocho en el año 2018 por el PVEM, si en el PRI le cierran las puertas.
Por eso, las candidaturas a diputados locales para integrar la LXIV Legislatura también son concesionadas a los caciques.
ESCALERAS: Si Mario Zepahua Valencia tiene a una de sus hijas de diputada federal, entonces, Tomás López Landeros, “El rey de la chatarra”, lo será otra vez por el distrito de Zongolica.
Si Marcelo Montiel Montiel es el nuevo cacique sureño, entonces, palomeó con anuencia superior a su cuaderno de triple raya, Víctor Rodríguez Gallegos, como candidato, además de otros cargos públicos bajo su control, entre ellos, la presidencia municipal.
Si Daniel Nadal Riquelme ya fue diputada federal por el distrito de Córdoba, su tlatoani, Javier Duarte, otra vez la ha lanzado.
Si el panista Julen Rementería del Puerto ha sido dos veces diputado local y alcalde, entonces uno de sus hijos, Bingen, es candidato a legislador local.
Si Hipólito Reyes Larios es el arzobispo de Xalapa, con tantos favores al duartismo, entonces, su sobrino, Jorge David Reyes Vera, ocupará una curul por el distrito de Ciudad Mendoza.
Etcétera.
Las elites políticas, repartiéndose los cargos públicos. Los mismos apellidos de siempre. Las mismas caras familiares. Los dueños del poder, heredando a los hijos y sobrinos, la mayor parte de las veces sin experiencia ni fogueo, y lo peor, sin formación humana, que tanto se requiere para tratar a los demás con respeto a la libertad y a la dignidad.
“No basta ser bueno, lo difícil es ser justo” reza una leyenda popular.