Crónica de Miguel Ángel León Carmona/blog.expediente.mx
Fotos: Miguel Ángel León
•Padres en el infierno jarocho
TIERRA BLANCA: A las 7:00 horas, Columba Arróniz González despierta en un sitio parecido a una recámara, dentro del ministerio público de Tierra Blanca. Ella misma cercó su privacidad con cinco sillas de plástico. La madre, santigua el retrato de su hijo, Bernardo Benítez Arróniz, luego se dirige, sigilosa, hasta una pared blanca, frente al altar de los cinco jóvenes desaparecidos. Ahí toma un plumón y dibuja el número 50 sobre un calendario trazado en una lámina de papel Bond.
Hay mañanas malas y otras peores, afirma Columba Arróniz: “En ocasiones amanezco con ganas de llorar. Le pido a la Virgen que cuide a nuestros hijos; que los abrace y que los bese. Y si Bernardo ya está en el cielo con ella, le digo que lo cuide. En el fondo me aferro a la idea de que mi hijo esté vivo, pero las pruebas indican que fue el primero que falleció”.
Así da inicio el día 50 para los padres de Playa Vicente, la madre, con tristeza, se percata que los cuadrados se están plagando de números en el pliego de papel. “Si acaso alcanzará para otros diez días. Tendré que dibujar otro. No sabemos cuánto tiempo seguiremos aquí”, comparte mientras su presente situación le arrebata un suspiro.
Se le ve temerosa, pues el reloj avanza y está pactada una segunda visita de Roberto Campa Cifrián, Subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación. La madre comparte que cada diligencia le produce miedo. “Cuando nos vemos con estos señores, es una estocada más al corazón. Me da tristeza por las demás madres. Ya pasé por ésto y es muy cruel”.
“POR MI HIJO, VIVIRÍA AÑOS EN EL M.P. HASTA SABER LA VERDAD”
Columba Arróniz, gasta el tiempo mientras la reunión con las personas del gobierno federal se llega. Cuelga un escapulario de plata sobre su cuello y aprovecha los minutos para escombrar su pedazo de piso, al que ella, con humor, denomina su recámara:
Cuatro metros cuadrados donde se aprecian dos colchonetas unidas por un pedazo de rafia, invento al que su hijo Carlos Benítez patentó en el campamento como la cama King Size. La madre acomoda las almohadas sobre la pared de madera del Cuarto de Indicios, muro que utiliza como cabecera, donde lee sus libros y completa novenarios cristianos.
Al terreno donde duerme, lo cerca una hilera de cinco sillas de plástico. Con los respaldos marca su privacidad y sobre los asientos organiza los medicamentos de su esposo diabético, un peine, dos cepillos dentales y un pequeño altar con la fotografía de Bernardo Benítez Arróniz, custodiada por agua bendita y el rostro de la Virgen de Guadalupe.
A las 9 de la mañana, su cuñado José Benítez Herrera, padre de desaparecido, la ronda y le pregunta sobre el menú del desayuno. Para el día 50, las madres sirven carnitas al estilo michoacano, café negro y pan de natas que sus familiares de Playa Vicente han enviado.
Luego de una hora, su esposo, Bernardo Benítez, apura a los comensales, pues el helicóptero de la Policía Federal ha llegado a Tierra Blanca. Los familiares se alistan y avanzan hacia el reporte de investigación. “Seguro ya nos vienen a dar el tiro de gracia”, augura Carmen Garibo Maciel, madre de la menor de edad desparecida, Susana Tapia Garibo.
“CAYÓ OTRO POLICÍA, PERO ESTO TODAVÍA NO ACABA”
Luego de una charla privada con Roberto Campa Cifrián y Enrique Francisco Galindo Ceballos, Comisionado General de la Policía Federal, los padres poco precisaron sobre lo abordado. “Hay muchos avances, este último policía aparentemente declaró muchas cosas. Nos hablaron un poco sobre su declaración, pero no quise estar presente, era hacer más profunda la herida”, sostiene Columba Arróniz González.
Se trata del detenido Rubén Pérez Andrade, ex elemento de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, con base en la Delegación de Tierra Blanca, quien laboraba como escolta personal del también detenido Marcos Conde Hernández. Aparentemente dieron lectura a fragmentos de su declaración. Se ignora el contenido en la versión del declarante, sin embargo el resto de la tarde aparecieron las caras largas en los familiares.
Entre las conclusiones de Roberto Campa Cifrián comentó que seguirán trabajando. Por su parte, los padres, arremeten con la prensa de testigos: “Nosotros seguiremos esperando. Por mi hijo viviría años en el ministerio público hasta saber la verdad”, asegura la madre de Bernardo Benítez Herrera.
“NO NOS QUEDA OTRA COSA QUE ESPERAR”
“Ya anoté el mes de marzo en el calendario, le caben por mucho otras dos semanas más. Pero yo creo que como están hallando tantas cosas en el rancho El Limón y, si Dios no lo quiere, llegan a aparecer restos de los muchachos, supongo que las madres querrán otra opinión como nosotros y eso llevará más tiempo”.
La diligencia culmina a las 15:00 horas, las señoras regresan a tiempo para realizar el primer rosario del día. Rezan frente a sus retratados y les prometen que seguirán en espera de respuestas.
En un momento de quebranto al final de las plegarias, Columba Arróniz se aferra a la imagen de su hijo. La aprieta con el pecho y le llora endureciendo la quijada. Extravía su atención en los ojos de su primogénito congelados en papel y lo persigna para terminar sus oraciones.
“En ocasiones me confundo. Hay veces que le rezo a mi hijo vivo y otras que lo hago por mi hijo muerto. Mis súplicas ya no son como al principio. Le digo a la Virgen que si mi hijo sufrió mucho para morir, lo tome en cuenta, para que pueda descansar en paz”.
Y así la rutina del día 50 en el campamento del M.P. continúa hasta expirar. Doña Dionisia Sánchez, madre de desaparecido, sigue la recomendación de los psicólogos de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, (CEAV) y hojea los cuentos de “El Llano en Llamas”. Por su parte, Columba Arróniz se adentra en “La Travesía de las Tortugas”, la vida de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, por sugerencia de un reportero.
Y así cae la noche, hasta llegar las 22:00 horas, la también maestra de preescolar admira, antes de dormir, un par de cartas que llegaron hasta el campamento. Dos hojas blancas con letras y colores retorcidos que muestran el apoyo de dos de sus alumnos. “Me llenan de fortaleza estos detalles de mis niños. Como quisiera no haberlos dejado sin clases. No haber perdido a mi Bernardo y seguir enseñándoles a escribir”, comparte la madre entre lágrimas.
A las 22 horas con 30 minutos termina el día para la señora Columba Arróniz González, las luces se apagan en el ministerio público y aprovecha para refugiarse entre los brazos de su esposo, Bernardo Benítez, a quien le impregna un beso y le recuerda su amor.
En estos momentos de zozobra, confiesa que su esposo es un hombre todavía más reservado a la hora de dictar sus sentimientos. No obstante, le devuelve sus abrazos y la sujeta de la mano fuertemente, con una intensidad similar, cuando recibieron el veredicto de los restos hallados en el Rancho El Limón, que correspondieron a su hijo, Bernardo Benítez Arróniz.
“Esa manera de sujetarme no se me puede olvidar. Aquella vez me dijo llorando que de tratarse de Bernardito ojalá lo hayan matado pronto. Sin torturarlo, sin hacerlo sufrir tanto. Es algo muy duro y lo recuerdo todas las noches, pero finalmente comparto los deseos de mi esposo. Así me duermo, apretándole la mano también”.