sábado, septiembre 28, 2024

Lo que ve el que vive

  • Las calles de la ciudad divierten; pero también ilustran. Y permiten conocer la naturaleza humana
  • La pomposa oficina en Xalapa de una cosita llamada “Asociación Veracruzana de Mujeres Insurgentes”

Luis Velázquez

Las calles divierten. También ilustran. Y permiten conocer la naturaleza humana.

Por ejemplo, en Xalapa,

Sobre la calle Xalapeños Ilustres (la calle principal que va al palacio de gobierno, la Catedral y el Ayuntamiento) y la calle Primo Verdad, en una esquinita, hay un edificio de dos plantas, en uno de cuyos balcones se asoma el siguiente letrero:

Asociación Veracruzana de Mujeres Insurgentes.

Y, bueno, de entrada se ignora si sea asociación autorizada por el Instituto Nacional Electoral, delegación Veracruz, y sea con jarochas; más aún, con mujeres insurgentes, que para insurgente sólo doña Josefa Ortiz de Domínguez, la cabildera y secretaria de Relaciones Exteriores de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Nicolás Bravo e Ignacio Aldama.

Se antoja, claro, uno más de tantos nombres como, por ejemplo, tiene registrada la SEDARPA del dentista Ramón Ferrari Pardiño con 600 organizaciones, muchas integradas por el padre y los hijos para ordeñar la vaca presupuestal, y de paso sin armar un reality show en la avenida, alguna posición electoral.

A un lado de la AVMI, que serían las siglas de la tribu femenina, hay otro letrero, con la siguiente leyenda:

Oficina del Cronista Dr. Zayden.

En el balcón cuelga una bandera sin ondear, quizá, acaso, porque hacia el mediodía la calle está sin el viento fresco y tibio.

Y por más que uno alza el cuello mientras camina y levanta los pies para echar un ojo a la oficina del cronista, en el inmueble sólo se advierte el vacío y el silencio, aun cuando la puerta está abierta.

Uno y otro letrero distraen en el paisaje urbano el corazón y las neuronas del paciente.

Pero la recreación llega a la plenitud cuando se camina media calle y entonces se descubre a un hombre que vende jamoncillos y canillas de Xico.

En el piso de la banqueta, sobre Primo Verdad, tiene sus productos envueltos en papel celofán y bolsas de plástico.

Pero el señor está como un caballo lechón, de pie, recargado sobre la pared, bien dormido.

Incluso, un joven maloso y travieso pasa por ahí y jala una bolsita con canillitas para el cafecito de la tarde en su casa y el señor continúa dormido, de pie, sin registrar el robo.

Entonces, se caminan otros pasos y el peatón se topa con un orgulloso burócrata, quizá policía de oficina, con gorrita de la Secretaría de Seguridad Pública, camisa blanca, con un letrero bíblico que al pie de la letra proclama al mundo la siguiente verdad:

“Servir con honradez”.

¿Ustedes con honradez? se interroga el peatón y el peatón recuerda, por ejemplo, que en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, los policías ocupan el primer lugar en atropellos, abusos y excesos del poder.

Pero, bueno, alguien por ahí ha de creerse sus mentiras y sus medias mentiras y sus medias verdades y también han de proclamarse en el pecho de la camisa del uniforme policiaco.

LA PAZ DE LA LECTURA

Así, se llega a la mitad de la calle y puede uno meterse en el pasillo donde en el centro hay vendimia de libros.

La idea es que en un pasillo así los libros son baratos; pero resulta todo lo contrario, pues si se cotejan algunos por curiosidad resulta que hasta valen unos pesitos más caros que en la librería de la esquina, sea la de Gandhi, sea la de la Universidad Veracruzana.

Más aún: los libros en la exposición son de autoayuda, por fortuna, mezclados con varias ediciones de los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda que tantos años después sigue en el primer lugar de los corazones juveniles para aprender de memoria un poema y declamarlo a la novia santa, de igual forma como aquel cartero que expropió un poema a Pablito y dijo a su pareja que era de su autoría, porque los poemas en ningún momento son de quien los escribe, sino de quien los necesita.

El peatón camina en medio del largo y kilométrico pasillo con libros y sólo pajarea, porque la mayoría, se insiste, son de superación personal, quizá, acaso, porque la mitad del mundo y la otra mitad anda con graves problemas existenciales preguntándose si el mono de Charles Darwin derivó en la especie humana.

Tal cual, uno quisiera un relax y sale apresurado del pasillo para llegar a la esquina, frente al hotel Salmones, y meterse a la iglesia a reposar un poco las viejas piernas y pies cansados, incluso, hinchados, y la parroquia está cerrada, pues cada vez son menos los feligreses necesitados de Jesús de Nazareth.

Y ni hablar, el peatón se mete al café de enfrente para tomarse un lecherito y leer el periódico durante las dos horas siguientes, sin que por fortuna nadie se acerque a perturbar la paz de la lectura…

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