domingo, octubre 6, 2024

Infamia en Veracruz

  • Hay fotos periodísticas que trascienden, como la gráfica de Karlo Reyes Luna con las manos en alto, sangrando la nariz, la sangre escurriendo en el bigote, la sangre coagulada en el labio superior hinchado de tanto madrazo, la sangre en el labio inferior, la sangre en la barba

Luis Velázquez

Hay fotos periodísticas que crean historia.

El cadáver del niño sirio expulsado por el mar en la playa del mar Mediterráneo, boca/abajo, con sus tenis, que levantó el coraje mundial en contra de los países europeos que niegan el asilo; pero también en contra de los países en guerra, Siria, Irak, Afganistán y Turquía.

La niña desnuda que corre en una calle de su pueblo huyendo del terror y la muerte cuando el bombardeo de Estados Unidos a su base militar en Japón, Nagasaki, con una expresión desencajada en el rostro.

Pero también, la foto de Colectivo Voz Alterna, de Xalapa, donde el fotógrafo Karlo Reyes Luna, de AVC Noticias, aparece con las manos en alto, los diez dedos desperdigados cada uno en sus manos, con un suéter color gris, con las mangas arremangadas, la mirada serena, tranquila, en reposo; pero, al mismo tiempo, de resignación y tolerancia ante los diez policías y halcones que lo golpearon la noche del 15 de septiembre, frente a palacio de gobierno.

Los (presuntos) policías con un botón blanco en el uniforme, con el dibujo de una víbora o una serpiente, molestos, irritados, porque Karlo -el nuevo nombre simbólico de la política de comunicación social del gobierno de Veracruz- había tomado las gráficas de unos acarreados al grito patrio.

Karlo, con la barba crecida, la misma barba que alguna vez dejó crecerse el joven gobernador, el bigote naciendo en tierra fértil, el pelo lacio cayendo sobre sus orejas que las cubren, está ahí, frente a la Catedral de Xalapa, con las manos en alto, la indefensión absoluta, el fotógrafo bajo sospecha de la delincuencia común, quizá organizada, el testimonio más absurdo del abuso policiaco, como también estuvieron los estudiantes de la UNAM la noche de la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968.

Karlo, con las manos en alto, como prisionero de guerra en un campo de batalla.

Interno en un campo de concentración, tipo Kolimá, en la Rusia de los zares; pero también de José Stalin.

Las manos en alto, mientras el resto de la población canta y baila con Pedro Fernández mientras los policías y policías disfrazados tipos halcones los custodian como un narcotraficante, un maloso, un delincuente común de la peor calaña, un feminicida, un violador.

Las manos en alto.

Pero la nariz de Karlo, sangrando, luego del cachazo en la nariz.

La sangre escurriendo en el bigote.

La sangre congelada en el labio superior.

El labio superior, hinchado de la madriza.

Y la sangre coagulada en el labio inferior.

Y la sangre caminando a la barba.

Un joven alto y flaco, fornido y garrudo, con sus manos de halcón, halcón él mismo, en el cuerpo de Karlo para evitar se le escape.

Las manos en la cintura de otro par de jóvenes, tipo halcones, los halcones de Luis Echeverría del 7 de julio.

Un par de policías, estrenando uniforme, quizá el uniforme de una policía privada, la policía privada de Bermúdez, con sus manos atrapando el cuerpo de Karlo.

Otros policías, otros halcones, custodiando desde lejos a Karlo, en acecho, por si intenta escapar.

La policía acusando a Karlo de que estaba borracho, cuando el parte médico del Centro de Especialidades Médicas, doctor Rafael Lucio, dictaminó su estado de salud sin una gota de alcohol en el cuerpo ni en las neuronas.

El Veracruz del general de cinco estrellas, Arturo Bermúdez, graduado en West Point, condecorado por la Interpol, inmortalizado por un pintor policía en una de sus acuarelas.

El Veracruz de Javier Duarte, el gobernador número 73 de Veracruz, el tercero más joven de la historia política local luego de Miguel Alemán Valdés, el segundo más joven del país luego de Roberto Borge.

Tal cual es la libertad de expresión consagrada en la Carta Magna; pero concebida aquí como el estilo personal de gobernar y ejercer el poder en un Veracruz donde hay más de 8 mil reporteros, más de mil medios, más de 500 periódicos impresos, más de 500 portales digitales según el jefe máximo.

Karlo, con las manos en alto, frente a los policías, disfrazados de civiles como espías, que lo golpearon y arrebataron su cámara y equipo de trabajo.

Karlo, identificándose como reportero y, al mismo tiempo, como respuesta de la política de seguridad de Arturo Bermúdez, encañonado y jalado del cabello y cachazo en la nariz que sangró y escurrió en su rostro.

Karlo, insultado.

Karlo, con las manos en alto y los pantalones abajo que se los bajaron los policías.

Karlo, madreado y arrastrado.

Karlo, trepado a una patrulla cuando, oh Jesús de Nazareth, sus compañeros Roger López Martínez (el hermano putativo de Rubén Espinosa) y Juan David Castillo lo advirtieron y por fortuna lo rescataron.

“De no haber sido por ellos, quién sabe en dónde estaría” dijo Karlo, en la nota escrita por Norma Trujillo Báez, de La Jornada Veracruz.

Una más, general Arturo Bermúdez.

Una más, gobernador.

Una más, exclamaba Narciso Busquets en la película “El gallo de oro”, con Ignacio López Tarso y Lucha Villa, La caponera basada en un cuento de Juan Rulfo, con guión de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.

Una más, señor general, de que “el ejercicio periodístico es parte de nuestra idiosincrasia” como dijo el señor Javier Duarte a Carlos Benavides, de El Universal.

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