Luis Velázquez
Del primero de junio, 2011, en que el reportero y activista social, Noel López Olguín, fuera asesinado en el sur de Veracruz, al crimen del fotógrafo Rubén Espinosa, ocurrido el día último del mes anterior, julio, hay un mal comienzo, que todavía rige hoy, con el duartismo.
De entrada, manifiesta una difícil y ríspida relación entre el gobierno de Veracruz y los medios, pues si con el señor Javier Duarte van 18 homicidios de trabajadores de la información, con Fidel Herrera Beltrán fueron cuatro, con Miguel Alemán uno, y con Patricio Chirinos, Dante Delgado Rannauro y Fernando Gutiérrez Barrios, ni uno solo.
Pero, además, mientras los cuatro crímenes de reporteros ocurridos en el fidelato quedaron impunes, hasta la fecha, según el secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, repetido por Duarte en su monólogo el lunes 10 en palacio, de los 18 asesinatos tres fueron esclarecidos por la Procuraduría de Justicia, ahora Fiscalía, y el resto fueron atraídos por la Procuraduría General de la República.
Tal cual, y de entrada, el cuarto titular de la SEGOB jarocha está tirando la pelota al gobierno federal, cuando, caray, tienen una corresponsabilidad con los hechos y circunstancias.
Además, en el caso de los tres crímenes aclarados, según Flavino y Duarte, los asesinos están prófugos:
Prófugo, por ejemplo, el asesino principal de Regina Martínez.
Prófugo, por ejemplo, el asesinato intelectual del reportero y activista, Moisés Sánchez Cerezo, el exalcalde de Medellín, panista Omar Cruz, de quien se afirma su huida fue negociada.
Y prófugos los criminales del reportero de Coatzacoalcos, Gregorio Jiménez de la Cruz.
Por tanto, aun cuando tengan ubicados a los presuntos asesinos, al mismo tiempo están prófugos, lo que evidencia la administración de la justicia.
El caso es que los tres directores de Comunicación Social del duartismo han pasado a la historia con presagios adversos:
Georgina Domínguez Colío, con trece reporteros asesinados, en que se incluye a los tres desaparecidos (Gabriel Manuel Fonseca, Cecilio Rodríguez Domínguez y Sergio Landa Rosado), el primero de los cuales fue levantado el 17 de septiembre, 2011, y casi cuatro años después, nunca ha existido un mensaje de Fonseca a sus padres y hermano, ni menos, mucho menos, se ha presentado en casa, y por tanto, y por desgracia, ha de estar muerto.
Alberto Silva Ramos pasó por la vocería con un crimen.
En tanto, Juan Octavio Pavón, ya lleva cuatro, a saber, Moisés Sánchez, Armando Saldaña, Juan Mendoza y Rubén Espinosa.
En todos, la constante es la misma: la impunidad.
Y, bueno, los teóricos del derecho y la criminología aseguran que en tanto crece y se multiplica la impunidad, los malandros y delincuentes comunes replican sus acciones ilícitas, pues saben que en Veracruz nada pasa, así le quites la vida a otro y/o te hagas justicia por tu propia mano.
Tal fue el mal comienzo del duartismo que todavía ahora, a 16 meses del fin del sexenio, prosigue.
Y prosigue con negros augurios, porque el viaje sexenal está llegando a su fin y continuamos igual.
EL PRINCIPIO DE LA IMPUNIDAD
Una hipótesis podría establecerse a estas alturas, la siguiente:
Si desde el primer crimen de un reportero, el gobierno de Veracruz hubiera procedido con rigor hasta la captura de los homicidas físicas e intelectuales, otro gallo cantaría al gremio reporteril.
Por ejemplo, los malandros sabrían que en el gabinete policiaco y de justicia hay manotazos y golpes certeros para perseguir a la delincuencia y, bueno, sin duda, estarían replegados.
Pero cuando ocurrió el primer asesinato (junio de 2011), y dos más 20 días después (Miguel Ángel López Velasco y su hijo, fotógrafo), y otra más, seis días después (Yolanda Ordaz de la Cruz), y dos meses después el primero desaparecido (Gabriel Fonseca, 17 de septiembre, 2011), entonces, la espiral se multiplicó, a partir de la impunidad que fue floreciendo en tierra pródiga y fértil.
En el caso, el peor desempeño recayó en la Secretaría de Seguridad Pública a la que de acuerdo con la ley corresponde garantizar la seguridad en la vida y en los bienes tanto en las casas como en la calle.
Por eso es que Veracruz se convirtió en el peor rincón del mundo para el ejercicio reporteril, y el duartismo caminó en Veracruz; pero más aún, Veracruz en el país y en el extranjero con tanto descrédito que ningún jarocho se lo merece, a tal grado que fuimos comparados con las naciones del planeta en conflictos bélicos.
Ha sido, pues, una de las características sexenales.
Y, bueno, así como es la constante, sabrá Dios la forma en que evolucionen los 16 meses restantes que de acuerdo con la estadística anuncian tiempos peores, en que caerán las manzanas podridas como fuera avisado en el discurso de Poza Rica.
Alguna fijación, un trauma, incluso, ha de tener el jefe máximo del priismo local, quizá, acaso, cuando desde el inicio en su trabajo con Fidel Herrera en la Secretaría de Gobernación de Jorge Carpizo, empezara resumiendo las noticias publicadas en Veracruz que le dictaban los reporteros amigos por teléfono y que el señor Javier Duarte escribía en una Remington picando tecla por tecla como las gallinitas cuando tragan el maíz.