Escenarios

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  • Carlos Aguirre, una tumba
  • Los sótanos de la SEFIPLAN
  • Silencio lo dice todo… 

Luis Velázquez

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Carlos Aguirre Morales, extesorero de la Secretaría de Finanzas y Planeación en el fidelato, subsecretario y secretario de la SEFIPLAN en el duartismo, es el técnico político que más conoce el fondo de la olla sobre el desorden administrativo, el colapso financiero y la corrupción política que ha denominado el senador Pepe Yunes Zorrilla.

Nadie como él, agazapado en la SEFIPLAN desde el alemanismo, conoció los recovecos y vericuetos del momento en que las arcas públicas empezaron a joderse y el instante en que siguieron jodiéndose, incluso, él mismo, titular de la dependencia.

Durante unos 16 años anduvo caminando los pisos del edificio de la SEFIPLAN como jefe, y por tanto, conoció a fondo el dinosaurio y sus talones de Aquiles.

Nadie dudaría de que por añadidura, en el río revuelto, también se quedó con una copia que le permitieron adquirir, según la fama pública, una residencia en Barcelona y otra en el Distrito Federal.

Político y técnico, callado, suspicaz, que cuando está frente a desconocidos y/o gente que le acaban de presentar se vuelve mudo y sólo mira y escucha y registra, sin expresividad en sus ojos.

Incluso, luego de que el Contralor Ricardo García Guzmán lo exhibió con trece personas más, entre ellas, Mauricio Audirac Murillo, nunca perdió el control de sí mismo, apostó al silencio discrecional, aguantó vara, anda libre como si nada, asiste a conciertos en Xalapa y se echa el trago tan campante, sin que jamás el rafagueo del cacique huasteco lo haya alcanzado.

En el fondo todos saben que Carlos Aguirre sabe mucho, demasiado sobre el origen del desastre y el derroche en la SEFIPLAN y por eso mismo está blindado.

Nadie lo tocará. Si lo rozan con el fuego amigo, saben que podría desembuchar.

Pero también se mueve con bajo perfil.

Es su forma de blindarse.

2

Los cinco extitulares de la SEFIPLAN han guardado silencio desde su partida.

Ninguno ha querido revelar el mejor secreto de la SEFIPLAN que ellos conocen como la palma de su mano, porque fueron copartícipes.

Tomás Ruiz González se fue y nunca aceptó una entrevista, ni en corto. Su silencio fue premiado con la SIOP a cambio, incluso, de que tendría manos libres para buscar la gubernatura.

Salvador Manzur Díaz también se fue a partir del descarrilamiento del Pacto México y gracias a su silencio, alta discrecionalidad, sería premiado con la presidencia del CDE del PRI, aun cuando terminara en la delegación federal del BANOBRAS.

Fernando Chárleston junior regresó a la curul y nunca, jamás, ha aceptado ni una plática extraordinaria, con bajo perfil para hablar de las razones de su partida.

Mauricio Audirac Murillo fue despedido y sólo decidió enviar una carta al Contralor, luego de que lo satanizara en la línea ágata.

De ahí pa’lante, el silencio. La evasiva siempre que se le ha solicitado una entrevista para conocer el fondo de la olla.

Ha sido la misma tónica de Carlos Aguirre Morales.

El, más que los otros cuatro, conoce al dedillo el manejo de la SEFIPLAN, pues estuvo ahí desde el sexenio de Miguel Alemán Velasco.

Y más porque en el Fidelato trabajo como tesorero al lado del gobernador, quien entonces fuera subsecretario y secretario de Finanzas.

Y, bueno, tanta buena química existió entre los dos que el góber lo nombró, primero, secretario y luego subsecretario, el par de cargos que en el fidelato desempañó.

Pero por aquí salió de la SEFIPLAN Carlos Aguirre se puso un zíper.

Sabe que si se va de la lengua, lenguaraz al fin, sería condenado al ostracismo, con riesgo de terminar igual que Gibrán, el cantante de “La voz México”.

3

Como tesorero de la SEFIPLAN, Carlos Aguirre manejó el billete en el fidelato.

Y como subsecretario y secretario en el duartismo, de igual manera.

Por fortuna, el ORFIS, Órgano de Fiscalización Superior, y la Comisión de Vigilancia del Congreso, y la misma Contraloría, nunca se han metido con él ni han perturbado su descanso en la madrugada.

Aguirre Morales es una tumba que guarda el secreto de la SEFIPLAN como una garantía de vida.

No obstante, la fama pública registra que también se habría beneficiado, pues ni modo que haya cumplido las órdenes superiores sin ordeñar la vaca, mínimo, el diezmo.

Con su zíper, sabe que la tranquilidad le está garantizada.

Pero de que sabe al detalle el origen del derroche y el dispendio, y hasta el destino del erario, ninguna duda existe.