martes, diciembre 3, 2024

Protección del ajolote mexicano

Unos los consideran tiernos. Para otros son horripilantes. Pueden regenerar cualquier parte de su cuerpo y por eso los ajolotes mexicanos fascinan desde hace décadas a los científicos, en tanto que ahora un equipo de expertos intenta salvarlos.

Carlos Sumano recorre todos los días los canales de Xochimilco, en el sur de la Ciudad de México para salvar a «Peter Pan» de la extinción. Habla con cultivadores de hortalizas, mide la calidad del agua, toma muestras del suelo.

Sumano, un treintañero grande y barbudo, es científico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y «Peter Pan» es el apodo de la salamandra Ambystoma mexicanum, más conocida como axolote o ajolote mexicano.

Esta especie, cuyo único hábitat en el mundo son los canales de Xochimilco, conserva el estado larvario durante la vida adulta y, al igual que el personaje de ficción, nunca terminará de crecer.

Su nombre proviene de la palabra axolotl, que en náhuatl -la lengua que hablaban los aztecas- significa «monstruo acuático» en una de sus traducciones y que alude al dios Xolotl.
«En el último censo acá casi no encontramos ejemplares», dice Sumano. La población se redujo en 15 años de 6,000 a unos 0.3 individuos por kilómetro cuadrado. La especie, que a lo largo de los siglos pasó de ser un animal sagrado a animal de laboratorio, está amenazada.

Cuando los científicos descubrieron que el ajolote podía regenerar sus extremidades e incluso partes del corazón, del cerebro o de la médula espinal, surgieron en todo el mundo poblaciones de laboratorio para su estudio.

Las lesiones de estos anfibios sanan por completo sin que se forme una cicatriz y los órganos se regeneran tan bien que no se pueden distinguir diferencias con el tejido original.

Un grupo de científicos de la UNAM busca la fórmula para su conservación y multiplicación. «Hemos constatado que no es solución sólo criar los animales e introducirlos en los canales», explica el biólogo Luiz Zambrano, líder del proyecto.

«El problema no es el ajolote, sino el ecosistema», explica. Lo que se necesita es mejorar las condiciones para que el ajolote pueda sentirse bien en su hábitat.

Ese mundo perfecto está siendo desarrollado en un laboratorio frío y sin ventanas de la UNAM.

En colonias de ajolotes que nadan en piscinas azul celeste en el centro de una habitación, los científicos estudiaron en los últimos años cómo reaccionaban ante estímulos externos como los ruidos o la presencia de otros animales.

El objetivo era determinar las causas de su muerte masiva y establecer bajo qué condiciones podía volver a crecer la población de ajolotes en Xochimilco.

Además de la creciente presencia de depredadores agresivos o especies nocivas como las carpas y las percas, es sobre todo el ser humano el que los ha puesto en riesgo de desaparecer.

«La urbanización ha ocasionado grandes problemas a los ajolotes», dice Zambrano. El consumo de agua cada vez mayor de la Ciudad de México ha disminuido el nivel de agua de los canales y el agua introducida de manera artificial los ensució.

Durante la segunda mitad del siglo pasado cada vez más personas se asentaron en la ribera de los canales. «El movimiento, la luz y el ruido generan mucho estrés al ajolote», dice Zambrano. «Se enferma y muere».

Lo que sus colegas descubren en el laboratorio, Sumano lo pone en práctica en Xochimilco junto con los «chinamperos», los cultivadores locales de hortalizas, con los que ha preparado diez refugios que serpentean como pequeños canales secundarios alrededor de los cultivos de frijol, maíz y flores.

Los refugios están separados de los canales principales por medio de una rejilla metálica que permite que circule el agua pero mantiene alejadas a las especies nocivas.

«Cuando se compara el color y la transparencia del agua de afuera en el canal con la de acá, se puede ver que la calidad en el refugio es mucho mejor», explica Sumano. El agua está llena de plantas verde claro, un indicador de su alto contenido de oxígeno.

Los «chinamperos» construyen y protegen los refugios que están en sus terrenos. A cambio, sus hortalizas se benefician de la buena calidad del agua, que se usa en los sembradíos.

A final de año se soltarán en los refugios, a manera de prueba, los animales de laboratorio para ver si el lugar sirve como área segura y si sería posible trasladar a los pocos ejemplares que subsisten en los canales.

A largo plazo la cría en laboratorio no es una solución. «Los animales ahí se enferman con frecuencia y desde el punto de vista genético son inferiores», señala Zambrano.

Por eso el equipo de investigadores está desarrollando en paralelo un nuevo proyecto: trasladar el cultivo de ajolotes a un hábitat natural parecido al de Xochimilco.

En un área protegida del campus de la UNAM con cuatro pequeñas lagunas se ha liberado a diez ajolotes y se estudiará su comportamiento, con ayuda de chips implantados en el cuerpo. Si se adaptan bien, podría ser el surgimiento del segundo hábitat en el mundo para estos anfibios.

 

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