viernes, abril 26, 2024

Expediente 2017

Que Duarte está muerto

Por Luis Velázquez

Desde alguna zona oscura del poder público están construyendo la idea de que Javier Duarte está muerto.

Y es que luego de 127 días de “andar a salto de mata” como el político prófugo más corrupto del país, que así lo ha perfilado el presidente del CEN del PRI, en las elites se asegura que a estas alturas conviene más que Duarte esté muerto, porque así se habría llevado los grandes secretos de la corrupción a la tumba.

Nadie, claro, lo desearía, porque con todo…, toda vida humana es invaluable.

Y más, cuando existe una familia que mantener.

Pero, bueno, si en el siglo pasado, desde Porfirio Díaz hasta Plutarco Elías Calle, los más graves pendientes de la política se arreglaban a tiros y con muertos, y con traiciones y conspiraciones, entonces, la posibilidad.

Y la posibilidad todavía más si se recuerda el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta y de José Francisco Ruiz Massieu, con todo que uno y otro eran favoritos de Carlos Salinas, el presidente de la república más poderoso en la historia nacional contemporánea.

La semana anterior, el periodista Salvador García Soto, ligado a la amistad con Manlio Fabio Beltrones, en cuyo currículo incluye todo menos Los Pinos, empezó su columna “Serpientes y escaleras” con tal pregunta.

“¿Y si Duarte estuviera muerto?”.

Y desde entonces, ya antes en el carril exclusivo de las cúpulas, la pregunta, la duda, la sospecha, la presunción.

Y más, porque en el tapete siempre han considerado la versión de que Javier Duarte como gobernador financió la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto.

Y más, porque se afirma que Duarte abusó de la confianza de Peña Nieto, como ha documentado la Auditoría Superior de la Federación con tantos excesos y abusos del poder en el destino de los recursos federales.

Incluso, en el periódico “El mercurio”, de Nicaragua, publicaron una nota de un tiroteo entre malosos, en que había unos mexicanos, y en donde Javier Duarte andaba por ahí y por alguna razón.

EL POLÍTICO INCÓMODO

El sociólogo y politólogo Eduardo de la Torre Jaramillo, observa, además, que a diferencia de muchos políticos, Javier Duarte nunca perteneció a una camarilla en el poder, y menos, como parte fundamental, con peso y sobrepeso.

Y es que desde su inicio hasta su final en política hacia el 17 de octubre del año anterior cuando la Procuraduría General de la República, PGR, expidiera la orden de aprehensión por cinco delitos, siempre Duarte se cobijó en la sombra de Fidel Herrera Beltrán, donde fue “de todo y sin medida”, desde su carga-maletas hasta subsecretario y secretario de Finanzas y Planeación a diputado federal y gobernador en una asombrosa y deslumbrante carrera meteórica.

Y aun cuando en el camino, el prófugo de la justicia tendió vasos comunicantes con otros grupos, entre ellos, Luis Videgaray Caso cuando fueron legisladores en el Congreso de la Unión, se trató sólo, exclusivamente, de relaciones y alianzas efímeras, pero sin afianzarse en otros pesebres.

Incluso, y porque nunca perteneció a un grupo social concreto y específico, y fuerte además, Adolf Hitler fue envenenando su corazón y su alma y sus neuronas y su hígado y hasta su sexo con pasiones desaforadas, terminando odiando a todos y amándose a sí mismo.

Y, bueno, según la cultura política en el país, un tipo como Duarte que abusó tanto del poder, sin tener atrás el respaldo de una tribu, una horda, un grupúsculo, está expuesto a ser eliminado cuando se ha vuelto incómodo e indeseable.

DUARTE CONVIENE MÁS… MUERTO QUE VIVO

Con todo, ha de recordarse que antes de Javier Duarte existió como referencia de la corrupción política Mario Villanueva, quien fue gobernador de Quintana Roo, acusado de delincuencia organizada y lavado de dinero, preso un tiempo en el penal de Almoloya, preso otros años más en Estados Unidos, y devuelto ahora para seguir la sentencia.

Y en su momento, luego de dejar la silla faraónica de QR, Mario Villanueva anduvo huyendo, ni más ni menos, dos años, hasta que ni modo, un día, lo atraparon.

Duarte apenas lleva 127 días. Y desde tal política, apenas lleva 4 meses y 7 días, y por tanto, le faltarían veinte meses más para seguir huyendo, equivalentes, más o menos, a los 21 meses que tiene Enrique Peña Nieto por delante para terminar el sexenio.

Claro, de por medio está el Sistema Nacional Anticorrupción y antes ganar la gubernatura en el estado de México y en Veracruz y de paso, “la joya de la corona” con la presidencia de la república.

Y en todo caso, la captura de Duarte podría, digamos, levantar la encuesta de Peña Nieto y el PRI.

Pero, oh paradoja, cuatro meses después de andar huyendo, Javier Duarte estará decidido a que si lo atrapan desembucha todos los males de la caja de Pandora y abre la cloaca, bajo un solo principio universal: si cae él…se lleva a otros.

Y es que si Duarte se excedió tanto y con tanta desfachatez autoritaria significa que tenía la bendición superior, pues ni modo que estuviera loco para desafiar, por ejemplo, a Los Pinos.

Por eso, y en la lógica del maestro De la Torre Jaramillo, desde el poder estarían midiendo “el agua a los tamales” construyendo la posibilidad de que esté muerto.

Y si en el duartazgo desaparecieron, por ejemplo, y para siempre, a José Manuel Flores Ríos, “El oaxaco” (noviembre 2013), el presumible socio constructor de José Murat Casab, y en el fidelato al arquitecto Cristhian Morales Carreto, aliado político de Fidel Herrera y Miguel Ángel Yunes Linares, y a su amigo, Nelson Cabrera (julio 2010), entonces, ¡qué más da!… que Javier Duarte tuviera el mismo destino.

Todavía más, lo dice el adagio ranchero como simple filosofía popular, “el que a hierro mata… a hierro muere”.

Y más si se considera que Javier Duarte conviene más al Peñismo… muerto que vivo.

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