Barandal

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•Narcos siguen mandando

•Veracruz, río de sangre

•Ni modo, violencia, inevitable

Luis Velázquez

ESCALERAS: Después de Javier Duarte, la población de Veracruz solo ha seguido buscando, como Diógenes con su lámpara, la seguridad y la paz. Pero también, la libertad. Más aún, el derecho a soñar. El orden. El sentido de la vida. Tener una razón más poderosa, más clara, para levantarse cada día a empujar la carreta.

Pero siete meses y 21 días después, cuando en Veracruz la muerte sigue teniendo permiso, resulta difícil creer en los hombres del gobierno.

Lo peor: la esperanza en la esperanza se ha perdido. Está deshilachada.

Peor tantito: tampoco hay fe. Vamos camino al pesimismo. Mejor dicho, nos hemos vuelto unos agnósticos, es decir, en nada, absolutamente en nada, creemos, con todo y que Enrique Peña Nieto alardee de que está cerrando el sexenio “con broche de oro”.

Una vez más, el Cristo de la esperanza y de la fe ha sido crucificado.

Solo falta que de plano dejemos de creer en Dios, en el dios de cada quien, llámese como se llame su Ser Superior, conscientes, claro, de que el Ser Todopoderoso nada tiene que ver con lo que sucede en el territorio jarocho.

¿Querrá, por ejemplo, el dios de cada quien que Veracruz fuera el paraíso terrenal y mudara en un río de sangre y en un valle de la muerte… que nadie, ni la Gendarmería, ni la Policía Federal ni militar, ni los marinos ni soldados, ni la Fuerza Civil, ni los policías estatales y municipales, han podido frenar, detener, achicar, desaparecer?

 

 

La elite eclesiástica dirá, por ejemplo, que Dios ama a todos, claro, pero sin caer en la herejía, pues incluso hasta el dios/tlatoani y terrenal, Enrique Peña Nieto, abandonó Veracruz durante los casi seis años del duartazgo, pues en el imaginario colectivo ha quedado imborrable que el huésped principal de Los Pinos siempre protegió al ex gobernador acusado de pillo, ladrón y asesino por la Auditoría Superior de la Federación, la PGR y el CEN del PRI.

BANDARILLA: Con todo, nadie desearía un Jesús resignado en el Gólgota y reprochando a su Padre las razones de que lo abandonara.

Por el contrario, todos admiramos al Jesús que agarró el látigo y a latigazos furiosos, encendidos, coléricos, lanzó del templo a los fariseos y mercenarios que habían instalado, como en su casa, un tianguis, donde además de precios caros en los productos recurrían al trueque.

Y es que hacia el final de la noche y del día, casi ocho meses después, el desencanto, el pesimismo y la resignación, con todo y que Albert Camus aseguraba que como es virtud cristiana se reduce a cruzarse de brazos y esperar un milagro.

Lo peor del caos es que ya nadie cree en el destino común del hombre, sino en el individualismo, de tal manera que cada quien lucha por sí y lucha por su familia.

Los ricos, por ejemplo, contratarán a escoltas y guardaespaldas para cuidar al jefe y a la familia, la esposa, los hijos.

Pero los pobres, y más los pobres entre los pobres, expuestos al tsunami de la violencia que por intenso y volcánico se volvió, en efecto, un tsunami más que una simple ola (ola del mar suave y tranquilo) violenta.

Veracruz, el cementerio más largo y extenso como es la entidad de norte a sur y de este a oeste.

Niños asesinados. Mujeres ejecutadas. Ancianos secuestrados. Cadáveres tirados en la carretera y en las calles y avenidas, y entre los piñales y los cañaverales y mangales, y flotando en los ríos y lagunas, y cercenados y dejados en la cajuela y en el asiento trasero de un taxi.

Nadie, por desgracia, está a salvo.

Todos los días, algunas páginas policiacas de los medios escritos rinden cuentas.

Una voceadora lo describe de la siguiente manera:

Si sacudes el periódico tantito… escurre sangre.

Si lo sacudes un poquito más… sale un cadáver.

Y si lo sacudes más, mucho más… dispara varios cadáveres y de paso hasta fosas clandestinas.

Es Veracruz hoy. Fue Veracruz antes, en el sexenio anterior. Y en el otro. Y en el otro. Y poco a poco, de un gobierno a otro, como la humedad, los ácaros y los conejos, el terror se fue multiplicando.

Veracruz, en los primeros lugares de homicidios.

Los narcos siguen ganando la batalla.

CASCAJO: Una realidad es incuestionable: la población eligió gobernador a Miguel Ángel Yunes Linares, cierto, cierto, cierto, por los abusos y excesos del poder (poder cínico, incluso) de Javier Duarte y los suyos, y que incluso se tradujera en 820 mil votos para el candidato de Morena, Cuitláhuac García, pues tanto tanto tanto era (y es) el duartazgo.

Pero también sufragó por el Yunes azul soñando en su palabra de que en un semestre (el primero de los cuatro que ejercerá el poder) restablecería la paz perdida y más si se considera que Fernando Gutiérrez Barrios pacificó Veracruz luego de Agustín Acosta Lagunes y su “Sonora Matancera” en 40 días.

Ya van, sin embargo, casi ocho meses. Y se vive y padece “la noche más larga de los cuchillos largos”, “la noche de San Bartolomé”, “la noche de los cristales rotos”, la noche del asesinato de niños en la Jerusalem de Herodes.

Acosta Lagunes se justificó con la siguiente frase bíblica cuando era incapaz de frenar a “La Sonora Matancera”:

“La violencia es inevitable, ni modo”.

Ahora, el Yunes azul dice:

“Es fácil criticar desde afuera”.

La mitad de la población y la otra mitad seguimos buscando la seguridad, la paz, la libertad, el derecho a soñar, el orden y el sentido de la vida.