Escenarios

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•Un hombre nuevo en Veracruz

•Alentar la solidaridad humana

•Marco Antonio Torres en Cempoala

Luis Velázquez

Uno. El hombre nuevo de Cempoala

El ingeniero Marco Antonio Torres Hernández sueña, digamos, con construir en su pueblo, Cempoala, al hombre nuevo de Veracruz.

En aquel tiempo cuando fue diputado federal soñó con instituir un gran festival anual de la cultura azteca y lanzó dos, tres años, el proyecto, que concitara a pueblos hermanos en un banquete del espíritu.

Pero el legislador sucesor era de otro pueblo y el proyecto se frustró. Tampoco los alcaldes de la cabecera municipal, Úrsulo Galván, miraron la posibilidad, pues, ya se sabe, “la política es un tragadero de hombres”.

Ahora, y luego de su tiempo como delegado federal de la secretaría de Agricultura, en la plenitud de su otra vocación, la empresarial, sigue mirando al pueblo donde naciera, sin ningún interés político, más que la solidaridad humana entre sus contemporáneos para desparramar acciones sociales.

Una de ellas, la siguiente:

Con un grupo de paisanos de todos los oficios, artes y profesiones, ya tocaron las puertas del COBAEV con un par de objetivos:

El primero, y en un operativo con los profesores y alumnos, aprovechar la semana del estudiante con un ciclo de conferencias en que cada uno platique sus experiencias en su trabajo, digamos, desde una perspectiva vocacional.

Piensan que podrían, digamos, contribuir a orientar y reorientar vocaciones, pues ellos caminaron en la vida sin una brújula.

Y el segundo, integrar una causa común para el mejoramiento físico del colegio.

Por ejemplo, cooperarse entre ellos para comprar pizarrones, algún aire acondicionado, remodelar un salón de clases, adquirir mesabancos, etcétera.

Es más, están mirando proyectarse en el pueblo, de tal forma que en una especie de día de tianguis convoquen a los vecinos a un donativo para entre todos adquirir los utensilios que el COBAEV necesitara.

Por lo pronto, tal es la tarea y que, desde luego, pudiera ampliarse a otros niveles educativos.

Además, claro, de la gestoría social con las relaciones políticas y sociales que cada quien tuviera.

Dos. Un diccionario de apodos

En Cempoala, de igual manera como sucede en otras latitudes geográficas, la mitad de la población y la otra mitad se conocen más, mucho más por los apodos que por el nombre original.

Y son sobrenombres con una gran chispa y un extraordinario sentido del humor, en ningún momento denigrante, sino, digamos, a tono con la personalidad de cada quien.

Apodos que, incluso, han sobrevivido de generación en generación, pues los hijos los han heredado, una cultura que proviene de la noche de todos los tiempos.

Por ejemplo, a un hombre apodaban “El pato”, y a sus cinco hijas apodaban de la siguiente manera:

Pata, peta, pita, pota y Claudia…

En Alvarado, por ejemplo, donde el ingenio alcanza la más elevada dimensión, a la Casa de la Cultura, dependiente del Instituto de la Cultura, recolectaron el mayor número de apodos de la población y los imprimieron en un librito que significó, incluso, una identidad.

Ahora, en Cempoala, y como parte del rescate de la cultura popular, este equipo de amigos ha decidido integrar en un cuadernillo los apodos legendarios de los paisanos y que por lo pronto, inscribirán en una especie de muro cultural a la vista de la población.

Así alentarán a los vecinos para que ellos también aporten los apodos que conozcan.

Y los apodos, claro, con el nombre de la persona, su biografía y el motivo del sobrenombre.

Y es que en días pasados aplicaron un ejercicio y entre otras cositas descubrieron que la mayoría de la población conoce a los demás por sus apodos en vez de sus nombres de pila.

Es más, hay gente destacada en Cempoala en las diferentes actividades del quehacer humano a quienes toda su vida llamaron por sus apodos y nunca, jamás, por sus nombres.

Tres. Cempoala en el himno nacional

En otros tiempos Cempoala era el único pueblo de norte a sur y de este a oeste cuyo nombre estaba en el himno nacional, a propósito de cuando se citaba a Antonio López de Santa Anna.

Un día, en su tiempo de diputado federal, Marco Antonio Torres se lo observó al presidente Vicente Fox Quesada y se interesó por el asunto y el ingeniero le explicó al detalle la historia.

El hecho y la circunstancia expresa, claro, el amor de un hombre por su pueblo que, como se sabe, fue el tercer pueblo en que atracó Hernán Cortés, luego de desembarcar en las playas de Chalchihuecan, camino a la gran Tenochtitlán.

El primero, en el puerto de Veracruz, donde fundara el primer Ayuntamiento de América Latina en continente firme.

El segundo, La Antigua, donde amarrara sus naves.

Y el tercero, Cempoala, donde el famoso cacique indígena que tenía un ejército de efebos se pusiera a sus órdenes.

Ya lo decía Víctor Frankl que los hombres tienen tres razones de peso para vivir:

Una, la razón familiar, el amor a la pareja, a los hijos. Otra, la razón social (el amor al pueblo). Y otra, la razón religiosa.

Otros, muchos hombres (Ernesto “El ché” Guevara, Ernesto Cardenal, Rodolfo Walsh, Roque Dalton, Omar Cabezas, en América Latina, por ejemplo) lucharon por construir el hombre nuevo en América Latina.

Marco Antonio Torres sólo sueña con una vida social intensa por Cempoala.